miércoles, 27 de julio de 2011

Lunes 25 - Escuelas, Takoyaki y Exámenes.

Ayer dediqué el día a ir a Yoyogi, una estación después de la famosa Shibuya y una antes de la igual de famosa Harajuku, a ver la que quería que fuera mi academia de japonés.

Desde que estoy en Japón he dedicado demasiado dinero a los transportes, y eso que siempre que puedo opto por caminar, así de paso aprecio la arquitectura nipona, tomo un poco de sol nipón, y quizás capte algo de niponés, digo, japonés. Pero, por ejemplo, para ir de la casa de María Aichiense a su universidad, o a una zona medianamente céntrica, gastaba quince euros entre la ida y la vuelta. Sólo en el tren. Y por suerte no era obligatorio hacerlo a diario.

En Tokyo inmediatamente me dí cuenta de que el asunto se agravaba, y peor iba a ser cuando fuese a la escuela todos los días. Haciendo cuentas, sólo la ida y vuelta ya eran diez euros, y si por algún motivo tenía que comer fuera, entrar y salir otra vez, o ir a alguna otra zona de Tokyo por la tarde, podría dejarme otros diez, y otros diez, y otros días. (Y el metro no se queda corto) Así que ya me había informado sobre bonos de transporte y estaba el normal y el de estudiante. El de estudiante creo que costaba veinte euros menos. Veinte euros menos de los cien que costaba el normal. Así que prefería primero tener la matrícula en la escuela de idioma, y luego ya hacer la compra.

Lamentablemente en la escuela no daban facilidades para los estudiantes que usaran esas líneas, y me quedé sin mi descuento de 20 euros. Eso sí, aún costando 100 euros, me estaría ahorrando la mitad en viajes con tan sólo que use el tren una vez al día, y sospecho que lo voy a usar mucho más.

Ahora, en lo que se refiere a la escuela, el plazo de inscripción había terminado el viernes 23 de este mes, y yo no me había podido matricular por problemas con mi banco online. Por eso quería ir el lunes temprano para explicar mi asunto, decir que ya había contactado con ellos por e-mail, y si había alguna posibilidad de que me dejaran pagar aún ahora. Diré que yo ya iba con el no por delante. Sé que en todo lo que es administración, cuando te pasas el plazo, ya puedes pedir de rodillas que nada va a cambiar. En otra situación, me habría dado por vencida y ya está. Pero no era algo que pudiera dejar pasar sin intentarlo un poco más. Y, cómo se me solía decir de pequeña: "Ya tienes el no, así que nada pierdes preguntando por el sí".

En Yoyogi, salimos por el lado equivocado, y tuvimos que dar un par de vueltas más, preguntar en un puesto de policía (donde me miraron de hito en hito) y luego hicimos lo más inteligente: Seguimos a la marabunta de extranjeros que hablaban felizmente en japonés. Exactamente. Eran estudiantes de la academia, y no eran pocos. Es más, diría que Yoyogi estaba llena por ellos.

Lo curioso es que cuando entraba en el colegio de japonés, me sentí muy observada. Fue más o menos como cuando era pequeña y llegaba nueva a un colegio, o me cambiaban de clase, y entraba sola, sin amiguitos. Justo así me sentí. Por suerte iba acompañada de Moe Tokiense, y fingí tranquilidad mientras charlaba con ella. Y la fingí porque de notarse lo asustada que estaba, iba a ser objeto de burla en mi primer día de cole, digo, de clases, y no era cuestión tocar fondo tan pronto. Ya habrá tiempo más adelante.

Justo llegamos mientras estaban en medio de una reunión de puertas abiertas. Y tuvimos que esperar mientras escuchábamos las frases de respuestas al unisono de los profesores, con mucho énfasis y energía. Cuando el jefe de estudios, o el cargo que tuviera el que estaba hablando, decía algo y terminaba de forma imperativa, todos los demás respondían potentemente, al mismo tiempo. Casi como en el ejército. Me dio un poco de miedo. Bueno, me habría dado realmente miedo y me habría preguntado dónde me estaba metiendo de no ser por todos esos cartelitos coloridos, esos dibujitos y muñequitos en las mesas, y esas camisas hawaianas que llevaban los empleados. Pero todos, todos ¿Eh? Vamos, que o era moda, o uniforme. Porque sino a ver quién me lo explica.

Moe Tokiense habló con un chico en cuanto terminó la reunión, y no le dejó decir ni tres palabras. En cuanto escuchó "Esta chica quería matri..." ya nos estaba sentando ante una mesa, con una tacita de té frío para cada una y pidiendo muy amablemente que esperáramos un momento ahí. Y yo para mis adentros diciéndome "Pobrecito. Tantas molestias y al final va a ser té servido para nada". Incluso, como soy así de pesimista, no dejaba de decirle a Moe "Qué vergüenza. Si es que entiendo que no me dejen matricularme. Pero si hubiese podido pagarlo por internet..."

Folletos de la escuela
En unos minutos llegó una mujer para atendernos. Le explicamos el problema, y me dijo que no era culpa del banco ni nada de eso. El pago era preferible que se hiciera en mano. Había otra opción, la de transferencia bancaria desde una ventanilla de nuestro banco español, desde España y sin internet de por medio, pero las tasas por la transferencia eran escandalosas. Así que muy comprensivamente me dijo que no había ningún problema en que pagara en esa semana, eligiera la forma que eligiera, y luego procedió a darme toda la información del curso y me preguntó si podía hacerme un examen de japonés en ese momento.

Durante la conversación habíamos estado hablando los tres. Yo había hecho mi mejor esfuerzo por hablar y entender, y Moe traducía las frases más difíciles. Creo que en el fondo ya desde que dijo que era posible que me matriculara, intentaba mostrar mi nivel para que no me fuera a poner en una clase de principiante, con los fundamentos del idioma. Así que cuando me dijo lo del examen, no pensé y me dejé llevar por el momento, respondiendo con un enérgico "Hai! Dekimasu!" (¡Sí! ¡Puedo!) que le hizo reír.

Así que me mandaron a una habitación donde tenía noventa minutos para responder todas las preguntas de un libreto, o dejarlo cuando ya no entendiera nada. En ese momento me dí cuenta de lo tonta que había sido. No había mirado siquiera un libro desde que dimos la última clase de japonés en Salamanca, en Mayo. Más bien me dediqué por completo a los exámenes de la universidad.

Lo único que tenía fresco eran las frases que usaba a diario, muy básicas y sin ningún desarrollo gramatical. Simplemente cosas como "Ahora necesito esto."; "¿Puedo usar aquello?"; "¿Esto cómo se llama?"; "¿A qué hora nos vemos?"; "Disculpe, ¿Este tren va a X?"; "Perdón, ¿Por aquí cerca hay un Hiakin?"; "¡Delicioso!"; "¡Riquisimo!"; "¡Me encanta!" y "¡Qué lindo!".

Como había estado con Siete Osakiense, Mari Aichiense y ahora con Moe Tokiense, siempre había recurrido al español ante cualquier dificultad, y sólo había practicado algo de kanji en Aichi, y el japonés limitadamente hablando con las familias de mis amigas, pidiendo direcciones en las estaciones de trenes, y poca cosa más.

Así que en definitiva el examen me salió de pena, y tuve que dejarlo mucho antes de que pasaran los noventa minutos. Pues aunque seguía comprendiendo la gramática, las preguntas estaban escritas con unos kanji que no podía ni leer ni interpretar. Creo que la relación de gramática y escritura que tienen en la escuela es distinta a la que he recibido en España. Eso o soy una muy mala alumna.

Al salir de la prueba escrita, me dijeron que el oral podría durar entre media hora y diez minutos. Depende de mi nivel. Yo sospechaba que me despacharían a los diez justos, tras el examen catastrófico que había hecho. Pero por suerte la profesora que me tenía que examinar estaba en ese momento en clases, así que concertamos cita para el lunes, día de inicio de las clases, a las ocho de la mañana. Me preguntó si me iba bien esa hora, y yo, de nuevo sin pensar y con más decisión que inteligencia, respondí "Hai! Daijoubu desu!" "¡Sí! ¡Está bien!".

Al salir, Moe me miró un poco preocupada y me recordó que de su casa a la academia se tardaba más o menos una hora, contando con lo que se tarda en el camino a pie, y tomando el tren extra rápido (Que existe. No estoy poniendo adjetivos de adorno)


A todo esto, un poco antes del examen, la profesora se dio cuenta de que andaba por ahí rondando un chico rubio, de ojos claros y piel nata. Vamos, entre los japoneses, un estereotipo de europeo con patas. Lo llamó y yo pensando ¿Un profe extranjero? Pues no. Se trataba de un estudiante. El motivo por el que le hizo ir fue que él también era español. Vaya por Dios. Y yo hablando de que si siempre me dicen que no parezco española, que si esto y lo otro. Pues él parecía de todo menos hispano. Vamos, que yo ya lo orientaba para los nortes, a las tierras gélidas. Pero nada de eso. Más español que yo misma, casi.

Bueno, vale, diré el truco: El muchacho era de Mallorca. Ahhhh, Amigo. Acabáramos. Así cualquiera se saca ojos mar y pelo dorado. Que también me conozco otro que yo me sé en Salamanca que es Mallorquino cerrado, pero con apellido inglés y sangre rusa, diría yo.

Fue muy amable y para nada distante. Así que, aunque no esté en mi clase, creo que ya no me sentiré como la niña nueva la próxima vez que vaya a la escuela. Habrá alguna que otra cara conocida, y si al principio me cuesta hacer amiguitos, al menos sé que puedo saludar a alguien, ya sea de lejos, y fingir que no tengo pánico ni nada de eso.

Vamos, ¿Me van a decir que nunca se han sentido de esa forma? Sólos en medio de tantos grupos de amigos ya hechos. Es un trabajo titánico hacerse un huequito donde ya se han ocupado todas las plazas y no se espera a nadie más. Pero bueno, ya la escuela me ha dado una lección sobre eso cuando se me amplió el tiempo para hacer la matrícula. Así que voy a dejar el pesimismo de lado y simplemente ser feliz porque todo me está yendo bien en Japón.

De hecho, el marcador está "Extranjera 21 - 0 Japón". Que han sido ya 21 días de experiencias buenas una tras otra, y sin un solo percance. Tanta suerte parece increíble.


Moe delante del local en cuestión
Después del "Otsukaresama" de rigor, que en contexto significa "Buen trabajo" pero literalmente es "Señorísimo cansancio" (Traducido así, a lo tonto y rápido), salimos de la academia y ya era la hora de comer en Japón, y entre el examen y los nervios de todos mis pensamientos nefastos, tenía un hambre de muerte. Así que en esa misma calle entramos en el primer puesto de comida y....

¡Eran Takoyaki!

Como ya había dicho antes. No volvería a pasar frente a ellos sin comerlos. Así que ni corta ni perezosa me pedí una buena bandeja de ocho que compartimos entre las dos. Y ¡Dios qué buenos que estaban! Para morirse. Eso sí, nos dejamos la lengua al rojo vivo. Porque ardían de lo lindo. Pero el pulpo... ¡Qué pulpo! y la masa, y la salsa, y el todo.

Yo con mis takoyakis a buen recaudo
Es un peligro que ese puesto esté ahí cerca. Porque yo ya venía preparada para hacerme un bento a diario y comer económicamente. Pero teniendo a la tentación por vecina... No sé si me resistiré. Y no estaban tan caros. Los ocho takoyaki costaron quinientos yenes. Docientos cincuenta cada una.

El cielo a tan sólo 250 yenes tiene que ser pecado. Pero bien dispuesta que estoy de pecar a diario.

Después de eso fuímos a la universidad de Moe Tokiense, que es la Waseda. Al parecer una de las más prestigiosas del país. Tanto es así que cuando Mari Aichiense se enteró, me dijo que se sentía intimidada al hablar con Moe, porque tenía que ser una especie de genio, o algo así.

No tengo fotos de ella ahora, pero para verla tan sólo hay que ver Tokyo Blus. La película basada en el libro de Murakami Haruki, pues no sólo aparece esa universidad, sino el campus de Moe, y justo una de las calles por la que pasamos.

El lugar era muy bonito, pero lo que más se apreciaba es que los edificios altos y relativamente cerca, con árboles por doquier, arrojaban frescura al lugar. Y no hablo metafóricamente. Más allá de la valla de metal negro podrían hacer treinta y ocho grados, pero bastaba con entrar y ya sentías la brisa suave y la temperatura bajando.

Quería quedarme todo el día ahí.

Que por cierto, además de tener combini dentro (tienda de 24 horas), que también lo tenía la universidad de Mari; y ascensor, que también tenía la universidad de Mari; habían escaleras mecánicas, que no sé si también las tiene la universidad de Mari. Muchas escaleras mecánicas. Tanto que no sabía si estaba en un edificio de estudios o en un centro comercial. Menos mal que los universitarios haciendo el tonto, sentados por todas partes, charlando y abriendo y cerrando libros sin terminar de mirarlos me hicieron ver que realmente estaba en una universidad. Sino podría haber ido a secretaría para preguntar por la zona de hogar, que aún tengo un par de regalos que comprar para mi regreso de Japón.

Nihonjin no shiranai nihongo I y II
A la vuelta nos pasamos por una librería para comprar mis propios ejemplares de Nihonjin no shiranai nihongo (El japonés desconocido por los japoneses) que ya me estaba leyendo en casa de Mari y había tenido que dejar con todo el dolor de mi corazón. Ahora podré seguir viendo las aventuras y desventuras de todos esos gaijin (extranjeros) en sus academias de japonés.

Y he de confesar que he tenido fantasías con repetir alguna de las preguntas fáciles que terminan siendo terriblemente complicadas en la clase una vez empiece mi curso. Pero mejor no me las doy de listilla y me quedo como la chica apocada, asocial y calladita del fondo. Que siempre se me ha dado bien ese papel, y no es cuestión de cambiarlo a estas alturas de mi vida.

Eso sí. Me sentí fatal cuando al llegar a casa y enseñarle los libros a la hermana de Moe, a la que llamaremos Mao a partir de ahora (Porque se asemeja fonéticamente a Moe y porque soy así de original bautizando a la gente), las dos hermanas empezaron a reírse sin parar. Increíblemente rápido. Pero vamos, con una rapidez que no sabía si se reían por los dibujos, las frases, o el aire que tenían delante. Ganas tuve de prohibirles que siguieran carcajeándose en mis narices y exigirles un poco de consideración. Que estaba yo como el muerto de hambre viendo como los pudientes saboreaban mi comida.

Entiéndanme. Ser capaz de descifrar todos los kanji, buscar las palabras que no conozco y entender las gramáticas difíciles, hace que una página me tome un día para comprenderla. Luego vienen las risas.

Pero ellas empezaron a pasar las páginas con una rapidez que me dio envidia. Y a punto estuve de sacarles el librito de las manos, como una niña chica que no quiere que jueguen con sus juguetes.

Si es que no hay derecho. ¿Por qué no habré nacido yo bilingüe?

Y creo que eso es todo sobre el día de ayer.

Curry en Shinjuyu
Hoy he hecho un par de recados importantes e imprescindibles, he comido en Shinjuku, y he estudiado mucho japonés. Necesito demostrar que realmente he estudiado dos años con profesores en Salamanca para sentirme un poco mejor conmigo misma. Y también para no dejar la honra de mi escuela por los suelos, que cuando la mujer me preguntó si había tomado algún estudio, y se enteró del "centro de cultura japonesa" (que fue la única forma en la que pude decir en mi triste japonés "centro cultural hispano-japonés") se mostró muy interesada porque hubiera algo así en Salamanca. Y ahora debería demostrar que no se trata de unos cursillos sin importancia, sino que realmente se trata de clases de japonés con japoneses de pelo en pecho dando clases. Bueno, lo del pelo no, que según me cuenta Moe, los japoneses, japoneses, se cuidan como japonesas, y cuanto más Onna mitai na kao (cara femenina), más lindos.

Y por último, antes de despedirme, otra foto de comida. El desayuno con el que Moe me ha recibido esta mañana.

"Desayuno Europeo". La tostada era más gruesa que el Quijote.


En consecuencia yo le he hecho una tortilla para la cena. Que mucha paella con fama en España, y mucho japonés que el arroz ama, pero aquí la tortilla siempre gana. Lástima que sólo la comió Mao Hermaniense (que después del trescientos veinticuatro mil oishi (delicioso), juró que iba a ir a España. Momento en el que aproveché para recomendar que mejor Canarias, que la tortillas igual de buenos, y el tiempo mejor ;). Moe tenía fiesta de cumpleaños de una amiga, así que no ha vuelto a casa hasta bien entradísima la noche. Lo que en Japón se entiende como las diez y media.

Por si alguien estaba esperándo por ella, no hay foto de la tortilla. Aunque de pinta, fue la que mejor que me ha quedado desde que estoy aquí, y ya es la tercera.



P.D.: Sospecho que la gente que me conoce se ha dado cuenta de cual es mi técnica de bautismo, y sabrán cuales son realmente los nombres de todas mis amigas. Bueno, eso sólo hace más divertido el andar bautizando a diestro y siniestro.

2 comentarios:

SuSeñoraMadre dijo...

Tu dirás que eres hija de españoles, pero yo empiezo a dudarlo, me ha costado un poquito distinguir quien es moe y quien Irene

Fdo: Tu madre

Tomomi dijo...

Mira que mi propia madre dude... Tiene delito ¿Eh? Te doy una pista, yo soy la que anda con cara de perpetua felicidad. Casi casi como si una madre de la guarda, digo, ángel de la guarda me hubiera facilitado hacer mis sueños realidad.

Espero que al menos cuando regrese sepas quien soy. Que ya me agodé en Salamanca, solo faltaba que me niponara aquí y finalmente de canaria me quedara poco.

Fdo: La hija de una muy señora madre.

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