viernes, 15 de julio de 2011

Sombrillas en Japón.

La época en la que he venido a Japón es más calurosa de lo que nadie pueda decir. Por mucho que un amigo te advierta de que en Julio hará calor, mucho calor, no te creerás que sea tanto. No te creerá que pueda llover durante dos días seguidos, sin descanso, y que aún así el aire sea cálido como en una sauna, y el vapor ronde las calles y el piso no termine de estar húmedo, pero sí caliente. Es mucho el calor.

Pero otra cosa que parece increíble, es que con un clima como este, las personas salgan a la calle vestidas como van. No sólo las chicas, que es impresionante, sino tembién los hombres, con sus trajes de negocios, negros, de mangas largas, tela cerrada, corbatas bien anudadas al cuello. Los puedes observar durante minutos eternos esperando frente al semáforo, con todo el sol encíma y chorros de sudor escurriéndoseles sien abajo, pero ninguno termina de quitarse la chaqueta.

Me pregunto cómo se sentirán cuando lleguen al trabajo, empapados de sudor y con la tela rozándoles molestamente. Entrar y sentir el aire acondicionado al máximo, secándoles el sudor sobre el propio cuerpo sin quitar esa sensación pegajosa. Dirigirse a su mesa de trabajo y tener la obligación de sentarse, de apollar la espalda empapada, los muslos ardiendo, contra esa silla de oficina acoginada y calentita.

No. No quiero imaginarlo, realmente.

El caso de las chicas es mucho más curioso. Los hombres al menos se limita a ser entre hombres que trabajan, en edad laboral y horario laboral. Las chicas, por lo contrario, son desde la pubertad hasta la tumba, a todas horas. Vestidas con una prenda sobre otra, con trajes largos o cortos, minifaldas que serían escandalosas sobre mallas negras que no se pondrían ni las monjas con ese tiempo. No sólo usan varias camisas por moda, ni se ponden pantalones debajo de las faldas o de los shorts por estética. También se ponen guantes hasta el codo, al menos. Algunas llevan sombreros o gorras, pero otras, sobre todo las mayores, una especie de viseras negras que se bajan cuando salen al sol y se cubren toda la cara como si fuesen a trabajar en una fragua.

Cláramente lo hacen intentando huír del sol y de tomar color. Es algo que me extraña no tanto porque quieran estar blancas (que me parece que cada cual tiene su gusto) como que estén dispuestas a sufrir tanto y a vestir de una forma determinada y no especialmente agradable ni bonita, cuando hoy día existen las cremas de Sol pantalla total. Vale que nada protege por completo, pero estoy segura que tampoco será muy sano cubrirse con un burca de arriba abajo, y menos cocirnarse en su propia salsa bajo el Sol nipón.

También hay muchas chicas que a demás de llevar estos guantes y el resto de la piel casi por completo cubierta (Siempre queda algún tobillo al aire, algún pedacito de brazo, de dedo, de cuello.), se refugian bajo sombrillas como damas victorianas con falda corta.

No es, como pensé en un princípio, algo que sólo hagan las mujeres mayores o de mediana edad. He visto adolescentes tempranas con sus sombrillas y movil en ristre, caminando tranquílamente con su gropo de amigas. Así que no. No es ni un objeto ni una moda del pasado. Es algo tan actual como los purikuras y el karaoke.

Queriendo sacar información sobre este tema, me hice la tonta con mi amiga de Osaka y le pregunté cuál era el motivo por el que usaran sombrilla. Claramente me dijo que era para buscar un poco de sombra y, ¿por qué ocultarlo?, para no tomar color. Su forma de responderme, me hizo sentir que o bien no le gustaba esa práctica o le avergonzaba que yo me interesara por ella. Entonces, metiendo el dedo en la herida, quise saber por qué ninguna de mis amigas japonesas usaban sombrilla, ni en España ni aquí.

"Porque en España no se usa ¿No?", me dijo. "Tenemos que aprender la cultura de allí. Por eso vamos."

Entonces fui yo la que me sentí terriblemente avergonzada. De pronto se me ocurrió que yo estaba siendo muy cerrada de mente interesando por una costumbre ajena con curiosidad pero lejanía. Mirándolo como si fuese una rareza que hubiera que estudiar, pero no comprender.

Me explico: Ellas abandonaron sus sombrillas y su blancura para estudiar la vida en España. Yo en cambio vine con mis aires europeos de "las japonesas piensan demasiado en su piel, hay que salir a disfrutar, no a huir del Sol", y no me bajé de mi cultura española ni siquiera para poder evaluar esa mentalidad desde la cercanía.

Unos días antes, la abuela de esa amiga había insistido en acompañarme a la estación. Yo ya había ido y regresado de allí sóla, y ella lo sabía, así que no se trataba de una obligación de anfitriona, sino que realmente quería ir conmigo a la estación y asegurarse de que todo me era facil. No sólo se preocupó por que tomara un buen camino, y por darme conversación: Me dió una sombrilla negra, y ella usó la blanca.

En ese momento lo acepté bastante mortificada. Intenté rechazarla con educación, pero ella insistió. No se podía salir de la casa sin sombrilla. ¿A donde iba a ir yo con el rostro así de expuesto? No señor. Y el resto del camino fui yo con la sombrilla encima y la vergüénza haciéndome sombra.

Me aseguraba de bajarlta todo lo posible cuando había una persona que venía de frente o se acercaba demasiado. La ladeaba un poco cuando pasaba junto a mí, y procuraba que no se me pudiera ver la cara en ningún momento. Sentía que estaba ridícula con esa sombrilla negra paseando por la ciudad. Una extranjera con una sombrilla negra paseando por la ciudad.

No era lo que se correspondía a mí. ¿Verdad? Cuando los japoneses piensan en las españolas, piensan en flamenco, en toros, en sevillanas, rizo en la frente, olé, piel tostada, ojos almendrados y siesta. Y ahí estaba yo, rolliza, blanca, pelo lasio y sombrilla en mano.

Cuando mi amiga me respondió con esa frase, ese tan sabido "allá donde fueres, haz lo que vieres" que yo siempre pensaba que cumplía, me dí cuenta de que de las japonesas se espera que sean delgadas, blancas y ordenadas, coman con palillos, sean muy agradecidas y estén todo el día trabajando. Sin embargo, cuando llegan a España, ahí las ves adaptándose al horario español. Comiendo a las tres y matando el tiempo con aburrimiento mientras su família adoptiva duerme la siesta. Engordando un kilo por mes, tomando sol a diario y usando cubiertos con mucha más facilidad de lo que nadie se espera (de hecho, son pocos los japoneses que no saben usarlos. Aunque haberlos, hailos).

Las japonesas se españolizan. Vienen ya mentalizadas con que van a regresar a su casa impregnadas de España. No se nos quedan mirando de lejos y preguntando a sus amigas española, "A ustedes no les espanta tener la piel así de oscura y fea, ¿Verdad?"

Encambio ahí estaba yo. Observando tras mi hermético cristal cultural y riéndome del terror a los baños de Sol.

Pues bien. Ayer, estando en Aichi y con otra amiga diferente, pero también con su abuela, ésta se ofreció a acompañarme a una Kusuriya (farmacia) y luego llevarme al Hiakin cercano (tienda de todo a 100 yenes). La intención de ir al Hiakin era de mera curiosidad. Por muy barato que estuviera, no iba con ninguna compra en mente (Aunque salí con una bolsa térmica para conservar botellas de bebida frescas o calientes, y dos cositas más). A la farmacia quería ir porque llevo cosa así de dos semanas en Japón y aún no he averiguado cómo comprar cera para depilarme. Y dentro de poco va a ser necesaria.

Al salir de casa, la mujer me tendió un paraguas oscuro, y fugazmente pasó por mi mente que estaba lloviendo. Tan sólo un segundo. Luego me dí cuenta de que era una sombrilla marrón. Pensé en hacer unos primeros intentos para rechazarla, como la anterior vez en Osaka. Pero en vez de eso, la acepté agradecida y la abrí pensando que no había nada de raro en que hiciera eso.

Esta vez el camino de ida y de vuelta fue mucho más relajado, y no sentí en ningún momento vergüenza. Como estábamos en un barrio recidencial, la mujer se paró dos veces a saludar a algún vecino, y éstos la saludaron a ella y a mi. Esperé ver miradas de sorpresa o diversión para poder responderes con seriedad, para asegurarme a mí misma que no pasaba nada. Pero muy por el contrario sólo me saludaron amablemente, mostrando el típico interés casi desinteresado que se les nota cada vez que ven un extranjero, y luego me hacían una inclinación de cabeza. Nada más. Ni un vistazo de reojo a la sombrilla.

Qué tonta me sentí.

Al regresar a casa, fui a devolv^ersela, pero me respondi^o que mejor me la quedaba para seguir us^andola m^as adelante. Y ah^i la tengo, colocadita bien puesta junto al bolso para tomarla nada m^as salir a la calle. Por supuesto, s^olo cuando vaya en compannia. Los cambios poco a poco.

Hasta la próxima.

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