jueves, 9 de agosto de 2012

大丈夫: Todo está bien.




大丈夫 (だいじょうぶ): Daijôbu es una expresión muy común y viene a significar "estar bien", "no haber problema".

La parte que a mi me hace gracia es lo que significan los kanji por separado: "gran; longitud; esposo" que yo interpreto como "Esposo de gran envergadura". Incluso me parece que podría caber que en sus inicios "daijoubu" fuera una expresión popular que poco a poco perdió su sentido. Algo que hiciera referencia a "Mi vida está arreglada porque tengo un esposo valioso" o "No te preocupes, esto se soluciona con un buen esposo".

No sería tan raro. Sino fíjense en el español, que a la pregunta "¿Estás bien?" hay quien responde "De puta madre", y no se ustedes, pero a mi me cuesta más comprender por qué tener una madre de moral distraída puede significar "¡Estoy pletórico de alegría!" que por qué tener un esposo de gran envergadura es motivo de bienestar.

Después, claro, están los que cuando les cuento esto me dicen que no es un marido de gran talla vertical, sino que las japonesas (y japoneses) se refieren a la medida horizontal.
Ejem, o sea: (envergadura -en) /2 = Felicidad.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Mis primeros días en la academia

Primero algo de práctica en japonés, luego mi vida en verso, digo, español.

Primer día de clase
月曜日はに学校の初日でした。
先週にレベルテストをしました。その後で会話のテストをしなければなりませんでした。けれど会話テストの先生はその時にじゅぎょうをしていました。それで、私に「月曜日、クラスが始まる前にテストをしましょう」と言いました。
でも金曜日、学校からメールがとどきました。「会話テストは要りません。あなたのレベルは初級Ⅰレベルの真ん中くらいでした」と言いました。
私はちょっとかなしかったです。あのレベルはとてもひくいと思いましたけど、今東京に私と住んでいる友達は、あのクラスはだんだんむずかしくなると言いました。それから、うれしくなりました。学校に行って、新しい人に知り合って、日本語のことをいろいろ習いたいです。
でも、初日に何も習いませんでした。私の同級生はひらがなもカタカナも読めないし、書けません。月曜日に、「わたし」と「あなた」を勉強しました。本当につまらなかったです。
昨日も何も習いませんでした。今日も習いませんでした。
私の日本語は上手でないと知っていますから、日本で日本語を習いたかったです。漢字であまり書くことができません。何か読めますが、本は無理です。それで、同級生はひらがなとカタカナを勉強していたら、本当にこの三週間で何も習いません。
今ちょっとかなしいです。

El lunes fue mi primer día de clases en la escuela de japonés para extranjeros. Antes dije por aquí que después de hacer el examen de nivel escrito, el cual me salió bastante mal, todo sea dicho, me dijeron que el oral tendríamos que posponérlo hasta el lunes una hora antes de que llegara el resto de los estudiantes.
Yo me dediqué a estudiar los primeros días, pero el viernes recibí un mail de la chica que nos había atendido avisándome de que no era necesario que hiciera ninguna prueba. Ya se había decidido que mi nivel era inicial intermedio. Lo cual yo, estúpidamente, entendí que me habían puesto en el nivel 3 (de los cinco que hay), pero al principio. Nada más lejos de la realidad. Se trataba del nivel 4, siendo que el cinco consiste en aprender a leer y escribir en los signos japoneses. Vamos, que ahí se aprende a decir "La casa roja está delante del coche azul" y poco más. Pero, para que no me deprimiera, decían que mi nivel era 4 intermedio. Como si eso fuera a ser un consuelo.
La amiga con la que estoy viviendo especuló con que podría ser que empezara desde algo muy básico pero después aprendiera mucho más de lo que ya había dado en Salamanca.
Confiando en que tuviera razón, el primer día fui a clase y salí realmente deprimida. No es broma. En un primer momento, cuando vi que la profesora comenzaba a explicar cómo se decía yo, cómo se decía tú, cómo se decía tu país y poco más, me dije "Se están riendo de mi. Esto no puede ser verdad". Pero sí que lo era.
Por suerte, el chico que tenía sentado al lado, Kim, que era koreano y había estudiado japonés en la universidad, tenía un nivel bastante alto, y pude conversar con él. Si en la clase había gente tan dispar entre los que no podía siquiera escribir su nombre en katakana y los que podían disertar sobre lo conveniente que era el sistema de trenes de Japón, debía ser que Moe Tokiense tenía razón. Aguanté las tres horas y media que duran las clases, y al final la cabeza ya me daba vueltas del aburrimiento. Intentaba entretenerme repitiendo las frases, aprovechando los ejercicios para conocer gente nueva, descubrir si podían hablar un poco más... Al final me encontré con un chico argentino y, cómo no, terminamos hablando en Español.

Bento MoeTokiensiense
Al terminar, me acompañó a comer el bento que Moe Tokiense me había preparado para mi primer gran y triunfante día de clase (se suponía), y él se compró otro en un combini. Así que echamos a caminar Yoyogi adentro, a ver qué encontrábamos, y terminámos sentándonos en un banquito frente a un edificio de oficinas. Allí almorzamos e intercambiamos experiencias.

El está ahora en Tokyo dando clases de Tango. En Argentina se presentó con su compañera a unas pruebas y fue seleccionado para trabajar en una empresa en Japón, así que ni corto ni perezoso, se vino para acá, aún sin saber nada de Japón. Pero cuando digo nada, me refiero a nada de verdad. Tuve que contarle mis pequeños trucos para sobrevivir en Tokyo, como las maravillas de los hiakin (tiendas de todo a 105 yenes), la "hora feliz de los conbini" (Cuando se hace de noche, el precio de la comida va bajando), y similares.

El segundo día fui a clase con un poco más de espectativa. Ya tenía un "amiguito" en el cole, así que no podía esperar para llegar y divertirme. La clase en sí fue igual de fácil que la del día anterior, aunque siempre hay pequeños detalles que hemos dado, sabemos que existen, pero no tenemos frescos en la memoria, como vocabulario básico que apenas usamos (sí, es básico, pero no todos los días uso la palabra cejas, o piña millo -mazorca de maíz), o gramática formal que con los amigos procuramos eludir. No aprendí nada nuevo, pero como estaba traduciendo al chico argentino y ayudandole a leer los carácteres, fue un tiempo ameno.

Eso sí, al terminar la clase él no se pudo quedar porque tenía una reunión, y se fue rápido.

Yo caminé un poco para ver si esta vez encontraba el parque Yoyogi, pero sólo llegué hasta una especie de parque que más bien era un templo. Tenía jardines, lugares para sentarse, y algunas personas comiendo sus bento, pero de pronto me entró la vergüenza. Me los imaginé mirándome, como suele hacer la gente que recién conozco y con quienes me siento a comer. Siempre me observan con curiosidad, y me ríen cada cosa que hago, por simple y cotidiana que sea, como usar los palillos o comer algo que no es habitual fuera de Japón. Supongo que es como cuando vemos a una japonesa degustando la paella y usando una mantilla. No lo sé. El caso es que no me atreví a sentarme ahí a la vista de todo el mundo y marché de nuevo a la academia, dispuesta a pedir indicaciones de un lugar tranquilo y apartado.

Me sorprendí cuando la chica que me fue a atender me señaló una mesita que había en la recepción, y me indicó que ahí estaba bien. Es más, recordando, me dí cuenta de que el primer día que había ido a la academia (cuando hice el examen) había visto a un hombre occidental comiendo en ese mismo lugar. Así que supongo que lo tienen para eso.
Fue terriblemente embarazoso abrir mi bento en medio de la recepción, delante de todos los profesores que iban y venían, miraban mi comida, me preguntaban si la había cocinado yo (esta vez sí), cómo lo había hecho, decían que olía o se veía delicioso... Vamos, que si no quería ser el centro de atención, más me hubiera valido quedarme en el parque.

Al llegar a casa estudié un poco por mi cuenta, pero después acompañé a Moe Tokiense a hacer unas compras con Mao Hermaniense y terminamos cenando en el Starbuck algo que, si bien estaba delicioso, por el precio debían haberlo cocinado con fuegos fatuos o en vez de leche el café tenía elixir de la vida eterna. Ya me dirán. Sé que el Starbuck es caro allá donde vaya, pero el colmo fue cuando tomé el último sorbo de café y bostecé. ¡Yo nunca bostezo con el café! A mí me despierta, pero mucho. Me pone muy nerviosa y activa. Me da la sensación de que en esos momentos no ligo bien los pensamientos, me salto procesos mentales y voy de un tema a otro apenas rozando los enlaces. Incluso pierdo la paciencia. Tengo ganas de moverme, de irme de aquí, escuchar poco... Por eso siempre evito tomar café, pero para una vez en la vida que iba al Starbuck, no podía negarme a beberlo. Al final creo que me dieron gato por liebre, o bien es que el estar bebiendo cuatro botellas de té al día me ha hecho inmune a la cafeína.

Moe Tokiense y Mao hermaniense en el Starbuck
Porque sí, gracias a mis vecinas biólogas sé que la teína y la cafeína es exactamente lo mismo, no cambia más que el lugar donde la consumimos. Sin embargo a mi el té no me sienta mal, y el café es como una bomba en mi cabeza y miles de pensamientos y masa gris chocando de un lado a otro dentro de mi cráneo.

Terrible, vamos.

Así que por una vez tomar café y quedarme adormilada a los diez minutos no estuvo mal. Una pena que Moe Tokiense y Mao Hermaniense se acuesten tarde, y al final entre las voces y la luz pues una permanece cansada pero despierta.

Hoy, de nuevo, como todos los días, me levanté a las seis de la mañana para hacer el desayuno, el bento y prepararme. Lo hice todo, pero no me dio tiempo de desayunar, así que le dejé la mesa servida a mis anfitrionas (y esta vez el miso me quedó bueno. Sé que no está bien decirlo, pero para una vez que me sale sabroso, hay que celebrarlo) y me fui a coger el tren.

Que por cierto, hablando de trenes. Sólo han sido tres mañanas tomándolo a hora punta, pero ¡qué tres mañanas! Han sido horribles. Momentos en los que pensaba que ya no había espacio ni para que abriera un poco los pulmones, con el calor agobiante y aún el aire acondicionado sobre mi cabeza sentía las gotas de sudor corriendo cuello abajo. El bamboléo de los cuerpos rozando (friccionando más bien), y el consecuente dolor de la zona dañada (normalmente hombros). Los golpes de los bolsos. Los empujones. Los carraspeos molestos junto al oído de una... Pero, sobre todo, lo que más me duele es la hora que tengo que pasar de pie, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra, hasta que llego a Shinjuku, donde por fin puedo salir, tomar aire, mover mis piernas decentemente, y subirme al otro tren para ir hasta Yoyogi (una parada más allá).

Lo curioso es que aunque todas las mañanas salgo asustada, pensando que esta vez el tren no va a llegar a tiempo, mirando la hora, viendo si es posible cambiarme a otra línea más rápida... Aún no he llegado tarde. Ni siquiera justo a tiempo. Siempre llego con diez minutos de margen, como mínimo. No es que sea algo loable (¡Oh, una española llegando a su hora! Increíble) sino más bien, con tantos trenes, líneas, horarios, y miedos a perderme, me extraña no haber tenido que pedir perdón aún por llegar tarde a una clase.

En lo que se refiere al día de hoy, ha sido terriblemente aburrido. Pero de verdad que aburrido. A pesar de que el chico argentino estaba a mi lado, y sus progresos en el idioma son evidentes (ya reconoce algunos caracteres e intenta leerlos por sí mismo), no dejo de notar que cada vez somos menos en la clase, como si hubieran compañeros que han sido seleccionados para subir de nivel, y yo aún sigo con personas que ni siquiera me entienden cuando les pregunto cual es su país o cuantos gatos tienen en su casa.

Así que de nuevo, pensando en que cerca tiene que haber una clase donde podría estarme esforzando de verdad en aprender, y en la cual cada tarde tendría que sentarme a repasar y estudiar lo dado, me deprimí por completo. A la tercera hora, cuando el profesor volvió a explicar qué significaba gakkoii (chico atractivo) abrí la libreta y me dí cuenta de que tenía anotada la gramática que había estado estudiando antes de saber que no tendría examen oral. Entonces, mientras seguía la clase de vez en cuando, me puse a repasar esa gramática y escribir frases ejemplo para ponerla en uso. Así fue como cuando una compañera me pidió ayuda mientras el profesor le preguntaba, yo me encontré perdida, no sabía qué ejercicio era y le ayudé mal. Perfecto para demostrar mi nivel.

De nuevo comí en la escuela, pero esta vez acompañada del chico argentino, y como compartíamos bento ya los profesores empezaban a hacer comentarios del tipo "qué buena pareja hacen" y esas cosas. Bastante vergonzoso.
Tanto ayer como hoy, en cuanto me encuentro con estudiantes de otras clases, o con profesores, hago lo posible por hablar con ellos, aunque sea de los temas más tontos y sin venir a cuento. Así al menos practico un poco, y cuando llego a casa puedo hablar con más fluidez con Mao Hermaniense.

El culmen de las rarezas
La comida fue como una brisa de aire fresco entre tantos pensamientos deprimentes sobre el nivel de estudio. Incluso estuve a punto de morir de un ataque de risa cuando mi amigo compró por error un bote de algo desconocido pero que ponía algo de cola, y al probarlo puso cara rara. Luego me hizo beber a mi, y en cuanto sentí una textura grumosa y glutinosa entre mis labios, lo retiré y me costó tragarlo. Se sentía exáctamente como el vómito, con sus tropezones, ya saben, pero fresquito. Luego me dí cuenta de que tenía gelatina, muuuuucha gelatina. Él dijo que al final uno se acostumbra y no está tan raro, pero si alguien compra bebida, es para beber. Es como tener sed y tomar natilla.

Luego, al despedirme de él y subir al tren, me sumergí de nuevo en mis pensamientos pesimistas, y en que no iba a aprender nada en estas tres semanas, que al final era dinero mal invertido, que me sentía ridícula aprendiendo cómo se dice silla, escritorio y gato, y cuando llegué a la casa casi tenía las lágrimas asomando. Le conté el problema a Mao Hermaniense, pero tampoco es que pudiera hacer mucho por mi.

Textura del "líquido".
Ahora he hablado con Moe Tokiense, y ella se ha ofrecido a acompañarme mañana para pedir un cambio de nivel o una nueva prueba. Sólo va a estar por si acaso tengo problemas a la hora de comunicarme, pero se supone que la petición y explicación tengo que hacerla yo por mí misma. Sino no soy capaz de hacer eso, es que no merezco el cambio, creo. Pero Moe quiere ir para asegurarse de que no hay problemas aparte, o para asegurar que yo estoy dispuesta a esforzarme y no ralentizar la clase en el caso de que el siguiente nivel sea realmente muy difícil. (Pero vamos, si no hay un nivel intermedio entre lo extremadamente fácil y algo para personas que pueden desenvolverse en la vida diaria pero no tener conversaciones profundas, es que hay algo raro).

Y después de toda esta parrafada, me voy a despedir que ya me muero de sueño. Eso sí, no sin antes hacer constar que soy consciente de lo que me cuesta expresarme en español últimamente. Moe cada vez usa menos el español conmigo, para ayudarme a estudiar, y sólo lo hablo con el chico argentino, pero sintiendo que a veces uso una gramática extraña o términos que no están bien escogidos. Lo mismo me está pasando ahora al expresarme por escrito.

Tampoco es una promesa, pero a partir de ahora me gustaría comenzar cada actualización del blog con un pequeño texto escrito en Japonés. Así practico más.
Moe me pidió que cocinara su comida favorita para la cena.

domingo, 31 de julio de 2011

Viernes 29: entre otras cosas, Harajuku.

Flor de mi vecino


Vamos a hablar de cómo podría ser un día cualquiera en este lugar. Por supuesto, no hay un sólo día idéntico al anterior, pero hay muchas cosas en las que coinciden. Hábitos y costumbres como los horarios de comidas, o la copiosidad de los desayunos y cenas, los despertares mañaneros, el ofuro de rigor, los trenes, muchos trenes, las esperas, las noches junto al ventilador...

Por ejemplo, como ya dije (creo) desde que llegué a Japón me he encontrado despertándome cada mañana entre las cuatro y las seis sin que nadie ni nada me despierte, aparentemente. Al principio pensaba que podía ser el famoso jet-lag, que de otra forma no lo había sentido. Pero al cuarto día despertándome a esa hora, y aburriéndome mortalmente, decidí que ese jet lag se estaba pasando de rosca.

Aún no sé si es que la emoción sigue en el cuerpo, latente pero activa, o si es que el aire de Japón me hace ser más aplicada (Erai, me dicen ellos), pero no me disgusta eso de madrugar. Es más, como por aquí ya hace algo de luz, y aún no calienta el sol, me siento con ganas de hacer cosas. Al principio me dedicaba a escribir, estudiar un poco, rondar la casa, intentar meterme en la cocina para ayudar en el desayuno (de donde siempre me echaban)... Ya antes de entrar en la universidad nunca me levantaba con más de media hora de antelación para llegar a clase, y siempre terminaba corriendo, peinándome en las escaleras y con un triste jugo en la mochila para tomar en cuanto hubiera un semáforo en rojo, pero ahora me encuentro con entre tres y seis horas de inactividad, dependiendo de con qué amiga me estoy quedando y cual es su hora habitual de despertar, y seis horas son muchas horas. He descubierto que una puede tener tiempo hasta para conjuntar la ropa. Se acabó eso de tomar la primera camisa y el primer pantalón de la maleta, y luego darse cuenta de que esos baqueros rockeros no quedan nada bien con esos encajes del cuello.

En Osaka, Siete Osakiense cuando trabajaba por la tarde tendía a despertar a las once de la mañana. Cuando trabajaba por la mañana dormía en el trabajo, porque creo que empezaba a las seis. En Aichi, con María Aichiense, cuando iba a la universidad se podía levantar a las siete, pero cuando iba a trabajar se despertaba sobre las seis y media. Y ahora que estoy en Tokyo, me he encontrado con que aquí, en un pequeño pisito de estudiante, supuestamente individual pero donde andamos tres durmiendo entre futones y desmadres, sin horarios ni deberes del hogar impuestos, fácilmente podemos despertar a las cinco y hacer vida plácidamente. Eso sí, sin molestar a la que quiera dormir un poco más.
Río Asakawa (lo cual es una redundancia como una casa)
Sigo despertándome a las cuatro, pero tras mirar el reloj doy una vuelta, o dos, y cierro los ojos de nuevo hasta que suena el despertador de Moe Tokiense. Es el indicador de que ya son las cinco y media, y ella se va a levantar y vestir con un pantalón cómodo y una camisa suelta para ir a dar un paseo por el barrio. No es una obligación, ni un deporte. Simplemente es un paseo mañanero para alegrar el día, despertarse bien y abrir el apetito.

Yo también la acompaño, así puedo usar los tenis y saludo a los mosquitos del lugar, que ya han descubierto lo sabrosa que es la sangre extranjera.

Cerca de la urbanización, además del supermercado, los combini y las guarderías, hay un río no muy grande ni muy bonito, pero a esas horas se puede ver a todo tipo de personas corriendo o paseando. Normalmente son mayores. Alguno a paso vivo, otros con una resistencia física que da envidia a sus muchas décadas. También me han dicho que hay una residencia masculina para estudiantes un poco más al Este. Creo que son los del área de deportes. No sé donde está, pero todas las mañanas veo a los chicos correr en varios pelotones, de un puente a otro del río, y alejándose de la rivera para hacer más kilómetros. Se los ve casi tan serios como los abuelos deportistas con bandana a la frente y buen ritmo.
Frutas protegidas
El paseo nos puede tomar una hora, yendo de un puente al siguiente y luego regresando. No sé si es mucho paseo o mucha tranquilidad la nuestra, pero como tampoco tenemos prisa, podemos disfrutar de la mañana. A nuestra derecha siempre tenemos campos de cultivo y huertas intercaladas con casas unifamiliares. Cuando los frutos no están protegidos por bolsas, para que no se dañen si caen al suelo, podemos ver los jugosos tomates o las uvas grandes y moradas, y entonces ya sí que tenemos hambre.

Luego, a la vuelta, siempre nos pica el cuerpo, ya sea por los mosquitos, los roces con las plantas del río, o el ejercicio. Además, aunque no haga el calor de las doce del medio día, tampoco es que haga fresco. Algo de brisa nos llega, pero no más. Así que solemos lanzar la ropa al cesto de la colada y mientras una se ducha, la otra pone la lavadora o va preparando el desayuno. 

Una que perdió contra el sueño a la vuelta
La mayoría de las veces el desayuno suele ser un buen cuenco de arroz, sopa de miso, natto, umeboshi, y algún plato cocinado, como verduras a la parrilla o revuelto. Pero en lo que se hace el arroz, que son cosa así de diez minutos, y como el resto de los platos no requieren mucho labor, alguna termina echando una cabezadita, y puede que termine dormida.

Conste que tengo permiso de la afectada para difundir su foto en la red, pero como me dio pena mostrar su cara somnolienta en todo su esplendor, la censuré un poco. Aunque no demasiado. Vamos, la expresión es más o menos la misma, puede que un poco menos amarilla, pero para el caso... Eso sí, se quedó dormida, pero con la deliciosa televisión encendida.

Y es que en Japón parece que emiten programas de comida en horario de comidas, porque siempre coincide que estamos sentadas a la mesa al mismo tiempo que un par de tertulianos, cómicos o famosos están probando un plato extraño, jugando a adivinar los precios de los manjares de un restaurante de lujo mientras lo prueban, o intentan ser el que mejor cocine para una invitada del programa. 

Luego, ya duchadas, desayunadas, preparadas y, sobre todo, despiertas, nos ponemos en marcha para comenzar un nuevo día. Como esta semana Moe Tokiense sólo trabajaba el fin de semana y en la universidad no tenía que ir más que dos veces para hacer papeleos, ha estado muy dispuesta a ir a cualquier parte donde yo quisiera. Para no aventurarme demasiado los primeros días, cogí un mapa de los trenes de Tokyo y elegí los tres destinos famosos cuyas estaciones estaban más cerca: Shinjuku, Harajuku y Shibuya. Los otros días los dediqué a la escuela y otros asuntos importantes, como conocer bien esta zona, no me fuera a perder.
El tren "rápido" tarda una hora en llegar a Shinjuku
Aún así, por muy cerca que estén, si coges el tren rápido puedes tardar una hora sólo de aquí a Shinjuku, por eso siempre es mejor coincidir con el super rápido (que no es el más rápido) si no te importa pasar treinta y cinco minutos de pie, porque usualmente o están todos los asientos ocupados, o está todo el vagón ocupado, pero pocas veces lo encontrarás con poca gente. Yo he llegado a estar casi empotrada contra la puerta y saludando con la mejilla el paisaje, bruñiendo el cristal, vamos.

Harajuku está un poco más lejos que Shinjuku, pero tampoco tanto. Es un barrio (Moe Tokiense lo llama ciudad) especialmente famoso por ser centro de compras y de la moda. Yo no lo sabía, o al menos no lo recordaba. Creo que alguna vez lo supe, porque tenía en mente ir sólo a buscar recuerdos para los amigos, y nada más bajar en la estación, que me pareció pequeña en comparación con la de Shinjuku o Shibuya, me preguntaron qué quería ver, y ni corta ni perezosa respondí que quería buscar algún lugar donde pudiese comprar algo de One Piece, que le encanta a mi (ahora antiguo) compañero de piso.

Chicos en yukata sobre un paso alto
Vamos, entre mi mal japonés y que el manga One Piece se llama exactamente igual que los vestidos (wanpiisu), entendieron que quería un traje de verano ¡Y para la primera tienda! Seguimos dando vueltas de tienda en tienda hasta que les dije que quería "juguetes", y al final, explicando que tenía amigos "otaku" (En japonés Otaku es obseso del manga, en español es aficionado al manga) y que para uno de ellos quería algo de la serie One Piece, me recordaron que el lugar idóneo era Akihabara, pero que podíamos buscar por ahí si había algo.

Por supuesto, no lo hubo.

Sin embargo, Mao Hermaniense, que se conocía esa zona como la palma de su mano, después de ver mi cara de susto ante el precio de la ropa (una camisa, 7000 yenes / 63 euros, y en rebajas) se metió por donde hay que meterse y me llevó a una popular cadena de tiendas de ropa y otros artículos donde todo estaba a 390 yenes. Sí, como lo leen. Un traje, una camisa, un pantalón, de cualquier tipo, de cualquier tela, de cualquier calidad, por tan sólo tres euros cincuenta. Para saltar de la alegría.

Vi un par de prendas que le hubieran interesado a mi hermana, pero pensé que sería rastrero ir a japón y sólo llevarle camisas baratas con diseños que no resaltan mucho de los que se venden en España. Luego, al salir, me arrepentí de no habérselo comprado, porque aunque no ponga en grande Made in Japan, un regalo es un regalo. Ya le compraré el llavero del onigiri típico para complementar y quedo como una hermanaza.

Eso sí, yo salí con una caja de bento muy mona. Ya tengo otras en Salamanca, pero como no me había traído ninguna aquí y mi clase en la academia de japonés terminan justo a la hora del almuerzo, prefiero ahorrarme la hora de hambre en el tren y comer algo traído de casa en algún parque cercano.

Además, por qué no decirlo, ¿Donde voy a encontrar una caja de bento por tan sólo tres euros? Las otras que tengo rondaron los veinte y no son tan graciosas.

En la calle había muchísima gente yendo de un lado a otro, pero para ampliar el caos, a las puertas de las tiendas había algún que otro empleado gritando las ofertas de la casa. Los peores momentos era cuando una tienda hacía "la hora especial", que era un momento en el que habían productos disponibles a precios ridículos. Las chicas chillaban con voz aguda en la calle, las clientas se arremolinaban en la puerta, en torno a la caja y junto a los estantes especiales, y no había forma de moverte ni dentro ni fuera, ni lejos ni cerca. 

Pero fue muy divertido.

También, Mao Hermaniense, que se las sabe todas, le dio por subir unas escaleras de pronto. No había ningún anuncio junto a ellas, pero tampoco me habría llamado la atención de haberlo, pues toda la calle está llena de música, personas, letreros, y anuncios, muchos anuncios. Así que cuando empezamos a subir, yo no tenía ni idea si íbamos a entrar por tercera vez en un todo a 390 yenes, o era otra cosa.

Resultó ser otra cosa.

Era una tienda especializada en ropa lolita. Las lolitas son unas chicas que visten con trajes inspirados en las niñas de 1800, con mucho vuelo, un poco más arriba de las rodillas, encajes, lazos, y estampados monos. Realmente hay muchas variaciones, e igual que están las lolitas inocentes, las hay góticas, o clásicas, por lo que el largo de la falda, los complementos, colores y estampados pueden variar mucho. Pero en la tienda en la que entramos destacaban los tonos pastel.

Ni Moe Tokiense ni Mao Hermaniense son de ninguna tribu urbana. Es más, si tuviera que definir sus estilos diría que Moe es más bien sobria y seria, siempre cubriéndose mucho, usando blancos y negros, faldas hasta las rodillas, medias negras, cuellos cerrados, y sin apenas paquillaje. Mao, aunque se riza el pelo y lo tiene teñido de castaño caoba, prefiere la comodidad a la hora de vestir, y suele usar trajes largos y de una sola pieza (one piece), sin complementos ni tener que andar preguntándose qué camisa combina con estos calcetines de tobillo alto y encaje de punto.

Moe Tokiense en la tienda Dulce Lolita
Así que de entrada me sorprendió que me llevaran a ese lugar sin yo mencionar nada, y de segundas me sorprendió aún más verlas de un lado a otro por la tienda, observando cada uno de los modelitos y lanzando "Kawaii!" a diestro y siniestro, como si hubieran entrado en el paraíso y no se lo pudieran creer. Cuando entró una niña de no más de doce años, vestida toda de negro, con medias que parecían robadas de alguna toma de Beetlejuice, y estilo totalmente lolita pero para nada inocente (más bien daba miedo), tanto Moe como Mao se giraron para mirarla con los ojos abiertos como platos y luego, al unisono, ¡Kawaiiiiiiiiiii!

El colmo de la sorpresa llegó cuando justo detrás de la niña entró su madre, con ropa sencilla y hasta anodina en comparación con su pequeño y oscuro retoño. Ambas curiosearon la tienda, y parecía que la madre estaba muy interesada en comprar un lazo de raso rosa, o un adorno colorido, pero no había forma de que la niña se dejara convencer. Aunque creo que los guantes blancos de medio brazo le gustaron, y unos bolsos que parecían cestas de picnic.

En Japón existe una palabra para referirse a las personas con buen gusto. Oshare. No se trata sólo de ser moderno o estar a la moda, sino de saber vestir de una forma que quede bien con uno mismo, o decorar un lugar correctamente. Por ejemplo, esa niña era Oshare para mis amigas, pero después una mujer elegantemente vestida también fue señalada como Oshare. Lo mismo pasó con mi hermana cuando Mari Aichiense nos visitó en Canarias. Mi hermana viste de una forma muy desenfadada pero particular. Mari dijo que tanto su forma de vestir como de decorar la casa era Oshare. Sin importar que mi amiga nipona prefiriera los colores pasteles, la ropa mona o la decoración clásica, supo admitir el buen gusto de otra persona que no tenía el mismo criterio.

Eso es algo que me encanta de la gente que estoy conociendo. Creo que yo misma tiendo a juzgar mal a las personas que llevan más maquillaje del que a mi me gusta llevar, visten más infantil o más adulto, usan más tacón o menos tacón, o, en definitiva, no tienen mis mismos gustos. Pero aquí, esa niña de doce años con sus anillos sin adornos y sus zapatos de charol, eligiendo ella misma su propia ropa y sabiendo qué es lo que realmente le queda, es oshare para casi todo el mundo (Siempre hay excepciones).

Mao Hermaniense junto a un modelo rosa pastel
Como tengo una amiga a la que esas cosas le gustan, se me ocurrió que ya que no podía comprar lo de One Piece, podía comprar cualquier otra cosa para otras personas, y que estando en Japón no sería tan caro como mandándolo a pedir desde España. Pero o bien estas cosas cuestan un ojo de la cara para las lolitas españolas, o bien esa tienda era lo más de lo más, porque mirando un traje cualquiera pude ver una etiqueta que lucía un escalofriante 20700 justo delante del signo del yen. Lo cual si estuviera delante del signo del euro sería cosa así de 187. Con sólo pensarlo me sentí mareada.

Pero que no se diga, que no se diga, que yo de ahí salí con una bolsa, ya fuera solamente para pedir perdón a la dependienta que nos tuvo que llamar la atención por tomar fotos dentro de la tienda. Aunque también tenía curiosidad por ver cómo envolvía los regalos y calculaba con esas uñas que debían medir más de cinco centímetros. Y aunque movía los dedos de forma extraña para tomar los objetos pequeñitos que había seleccionado, no por ello fue menos eficiente, ni se equivocó una sola vez al pulsar las teclas del ordenador.

En lo que se refiere a los regalos que le compré, cogí dos anillos y dos collares que se vendían por separado pero hacían juego. Unos eran con motivos de un amoroso osito, y pensé que era más estilo "cute", mientras que los otros eran de la temática Alícia en el país de las Maravillas y con aires clásicos. A mi me gustaron, pero como no soy compradora habitual de estas cosas puede que no fueran las mejores elecciones. También habían muchísimos lazos, joyas, pelucas, ropa interior, bolsos y otros complementos, como adornos para el móvil y un largo etc..

Anillo Kawaii Kuma

Collar largo Kawaii Kuma

Anillo Aliisu

Collar llave del país de las maravillas (Aliisu)
 Después de ver tantas tiendas, salimos de la pequeña y estrecha calle donde habíamos pasado ya un par de horas, y fuimos directas a hacer el sanji no oyatsu (3時のおやつ), que literalmente es la merienda de las tres, porque se come a las doce y se cena a las seis.

Creppes en Harajuku
Cerca había un puesto con creppes para llevar de todos los tipos y sabores, pero los más populares eran los dulces, con queso, nata, frutas, chocolate...

Moe se pidió uno de queso y frutas del bosque, mientras que Mao cogió otro de nata y creo que chocolate. Yo no me pedí nada porque aún andaba digiriendo el almuerzo y sospechaba que la cena sería del mismo calibre que los últimos días, que no se queda corta.




Aquí se puede ver el escaparate con algunos de los productos a la venta. No sólo se veía delicioso, también olía delicioso. La próxima vez que vaya me pediré uno.


Ummmmm
Luego, como no había banco cerca, nos apoyamos contra una de las vallas de la acera y ahí comieron. Yo, al darme cuenta de que detrás tenía un edificio que lucía bien orgulloso el nombre de Harajuku, quise foto conmemorativa, pero no se ve bien.
No es el "Hanjuco" grande que hay sobre nuestras cabezas, sino más a la derecha, debajo del Y.M. SQUARE. Quizás haya que pinchar sobre la foto para ver mejor.


Un descansito
 Y por último, una foto de una cena cualquiera. En este caso es un plato que me pedí cuando fui a Shinjuku en un restaurante que en japonés se escribe Gasto, pero al pasarlo al alfabeto occidental lo trascriben como gusto, no sé por qué. El caso es que no es mucho gasto, pero sí que un gran gusto comer en ese lugar. Por un precio económico puedes quedarte saciada todo el día. Me viene bien para cuando necesite de un desayuno fuerte.


Cena de 720 yenes (6,51€)
Luego otra hora de tren para regresar a casa. Un paseo de quince minutos de la estación a nuestro pequeño pisito. Recogemos la colada. Escribimos en nuestros portátiles. Hacemos planes para el día siguiente. Vemos la televisión. Extendemos el futón. La que quiere la segunda ducha del día, puede. Y dormimos.

Algunas noches con calor y agobio; otras con calor y lluvia; las peores con calor, lluvia y truenos que suenan como patadas de gigantes en nuestro tejado.

Y estos son mis días tokiotas.

sábado, 30 de julio de 2011

La dulce voz de los japoneses - 日本人の優しい声



Hace ya unas semanas, el día de mi cumpleaños, me pasó algo muy curioso y sobre lo que llevo ya tiempo pensando.
Como he contado antes, había quedado por la mañana con Siete Osakiense, quien trabajaba hasta las once y media, pero a pesar de que para evitar imprevistos nos habíamos citado en la estación a las doce, no llegó hasta las tres y media, casi las cuatro.
No fue que ella llegara tarde, sino que tuvo que hacer horas extras en el trabajo, y ella sólo podía llamarme cada media hora para pedirme perdón y decirme que en media hora más seguramente saldría. Pero no salía.

Aquel día hacía muchísimo calor en Osaka. Yo sólo llevaba cuatro días en Japón, y aún no sabía lo cruel que podía ser el Sol en este país, así que me paseaba por la plaza Coco, bajo unos árboles que apenas arrojaban sombra y mirando con aprensión las escaleras de la salida Este de la estación. Sospechaba que si me atrevía a sentarme por ahí me encontraría a un empleado muy amable que me diría que no podía hacer esas cosas.

Teniendo en cuenta de que por tener miedo de llegar tarde llevaba en ese lugar realmente desde las diez y media de la mañana, eran muchas las horas que pasé en ese lugar. En esos momentos a una se le ocurre que todo el mundo que pasa por ahí está viéndola y preguntándose qué está haciendo. Siendo yo, me sentía ridícula ahí sentada, sudando, bebiendo té, buscando algo de comida inútilmente, rascando la cartera (Tenía el dinero justo para el tren. El resto, tarjeta), y estudiando un poco de japonés con el Ipod. Matando el rato muy malamente.

A la tercera hora de estar en la plaza Coco, ya me empezaba a sentir mareada, y no sabía si era por el hambre (había desayunado a las seis y media), por el calor, o el aburrimiento. No sé a ustedes, pero a mí por algún motivo la inactividad me da dolor de cabeza. Pero no es un dolor como la migraña, nada parecido a ese martilleo sobre los ojos cuando te deslumbra el Sol, sino que mi mente se siente aturdida, como si hubiera lluvia gris zumbando dentro de ella. Y, dejen que diga, es una lluvia pesada, dura e insistente. Una lluvia aburrida.

Así que a la tercera hora, cuando un chico se acercó a hablar conmigo, lo agradecí enormemente. Muy feliz me giré hacia él, para saber qué quería. Se había dirigido a mí en ingles, con un Hello muy bien pronunciado, y pensé que me iba a preguntar si algo que había por ahí cerca era mío o algo similar, pero en vez de eso, aún en inglés, me dijo que me había visto el día anterior en el Youth Hostel donde trabajaba mi amiga.

Al parecer él también estaba ahí hospedado, pero no lo entendí muy bien. Yo era incapaz de responder en ingles, y cuando lo intentaba, terminaba mezclando palabras japonesas con inglesas, y usando una estructura española. Así que era imposible que me entendiera. Después de un rato de confusiones, se disculpó por molestarme, y se marchó.

Creo que lo que quería decirme era que él también se hospedaba en el Youth Hostel, y que si estaba perdida podía indicamre cómo regresar a él. Pero tampoco es que lo hubiera entendido todo.

Cuando se fue, lo lamenté de verdad, y regresé a mi cuadernillo, mi diccionario electrónico, mi abanico y mis suspiros al Sol. Porque sí, si de habitual ya me dicen que se me escapa el alma a suspiros, no digo cuando estoy aburrida. Ya no respiro, exhalo largamente y vuelvo a exhalar.

Cosa así de media hora más tarde, otro chico se sentó bajo la sombra de un árbol cercano y al cabo de unos minutos me llamó, de nuevo en inglés. Esta vez entendí claramente que me preguntaba si tenía algún problema. Le respondí por entero en japonés, y a partir de ahí pudimos conversar más o menos bien. Con las dificultades típicas de mis limitaciones, pero al menos nos entendíamos.

Cuando le dije que estaba esperando a un amigo (en japonés no hay masculino ni femenino), admitió que había pasado por la estación hacía tres horas, y que me había visto ahí en ese momento, y ahora que estaba en su descanso del trabajo, me había vuelto a ver, y se había sorprendido. Así que, bueno, era evidente que mi amigo estaba retrasándose demasiado, ya estuviera en su trabajo o no, así que él me haría compañía hasta que mi amigo regresara.

Sinceramente, en un principio desconfiaba muchísimo de un chico desconocido que se acerca a hablar conmigo y, muy amablemente, decide acompañarme un rato. Además, había algo que no me gustaba de él. Me sentía incómoda con su forma de hablarme. Sonreía mucho, me miraba poco y de refilón, y para colmo su voz era muy dulce. Pero cuando digo dulce, me refiero a suave, lenta, como si intentara encandilar a alguien. Demasiado melosa. Demasiado repelente.

En Bocchan, un libro de Natsume Soseki, hay un personaje que inmediatamente desagrada al lector. Se trata del jefe de estudios, atractivo y siempre luciendo una camisa roja, pero en lo que más se fija el protagonista es en su voz. En todas sus descripciones incide en esa voz suave y casi femenina, dulce, se supone, pero el sentimiento verdadero que le causa al lector es el de desagrado. 

Al principio del libro, nada más conocer al personaje, se me ocurrió que sería homosexual y esa era su forma de delatarlo. Pero no. Era heterosexual. Muy heterosexual. Como que era un mujeriego, vamos. Así que yo estuve toda la lectura preguntándome cómo podía Natsume relacionar un hombre de voz delicada con un don Juan, cuando los don Juanes tienen que ser de voz potente, algo profunda, fuerte, decidida, bueno, vamos, masculina ¿No?

Con este chico me pasó lo mismo. Al principio me dije, "¡Qué suerte! Un chico que me intenta ayudar y es gay, así que no hay segundas intenciones". Pero después, según se desarrollaba la conversación, se notó que de gay, nada.

Cada vez que lo miraba a la cara, o escuchaba atentamente una frase larga suya (especialmente difícil de comprender para mí), estaba prestando atención al mismo tiempo que divagaba sobre si esa era su forma de hablar natural, o si lo hacía adrede para sonar agradable; si en Japón los chicos así serían agradables; si no sería que estaba escuchando la voz de una persona peligrosa; si si se lo mencionaba se ofendería...

Al final, como dijo, me acompañó hasta que Siete Osakense llamó para decir que ya estaba llegando, pero no sin antes invitarme a una bebida y un polo, felicitarme por mi cumpleaños, darme su mail, pedirme que le escribiera y marcharse con una sonrisa alegre en la cara.

Después de ese encuentro, he prestado mucha atención a los chicos y sus tonos, porque más que la voz en sí, es el tono y la lentitud con la que hablan en según qué casos. A veces los escucho gritarse los unos a los otros, marcar muy fuerte las erres, sonar vulgares o agresivos, hablar más alto de lo que se dice que hablamos los españoles, hacer mucho escándalo, y, en definitiva, ser naturales. Pero otras veces los veo susurrando a dos metros de una chica, bajando la cabeza, siendo suaves y gentiles, pronunciando erres desmayadas, alargando las sílabas finales, y convirtiendo la conversación en un pausado intercambio de frases dulcemente pronunciadas. 

Claro, no siempre. Otras veces son extrovertidos y muy animados, pero los de voz femenina no es que hayan, es que abundan, siempre dependiendo del lugar, la hora y la compañía.

Al preguntarle a amigas sobre esto, muchas se han reído y algunas, las que han estado en España, se han atrevido a confesarme que a ellas les desagrada la rudeza con la que les hablan los españoles. Nuestros chicos, dicen, son violentos e imprimen mucha fuerza a las palabras. En vez de proponer ir a tomar un dulce en una bonita cafetería, parece que están exigiendo ir a un lugar a llenarse la barriga. No importa lo que diga, me explicaron, si su actitud es ansiosa. El ímpetu con el que hablan hace vulgar hasta la frase más romántica, y la magia del momento se difumina o, simplemente, no aparece.

Entiendo perfectamente su postura. No creo que los españoles usemos el mismo tono en todas las situaciones. Aunque solemos ser más extrovertidos y menos suaves, los hay que son muy caballerosos (en mi opinión, melosos). Pero entiendo que ellas se han encontrado con "asaltantes de discoteca" que gritan mucho, presumen más, y hacen poco. 

Sin embargo ellas no parecen entender mi postura. Me han confesado que un chico que use determinadas palabras les parece kimochi warui (Expresión que significa desde "no gustar" hasta "dar asco"), pero el tono suave nunca está de más. Eso sí, si pasa de ser suave y delicado, femeninamente atento, a ser agudo, infantil y un poco mono, ya sí que es kimochi warui.

Teniendo en cuenta que las palabras que están vedadas a los chicos son esas monas que usan las mujeres para parecer más monas, deduzco que lo que les parece kimochi warui son los homosexuales (vamos, es una deducción mía. A mi nadie me ha dicho nada directamente). Para mí es imposible distinguir un japonés atento de un japonés gay, pero para ellas la diferencia decide entre condenarlo al ostracismo o salir con ellos.

Antes de terminar, no me voy a ir tranquila sin aclarar que no todo el mundo en Japón piensa que los homosexuales son Kimochi warui. Cuando aparecen en la televisión, o nos hemos topado con una evidencia bien vestida en un centro comercial, no he visto ni miradas raras, ni gestos de asco, ni una sola frase mal sonante. Pero bueno, hay gente y gente.

Están esas chicas que en el restaurante decían "los chicos de voz suave no son maricones", con esa palabra, en español, o el padre que ordenó callar y cambiar de conversación a mi amiga cuando esta señaló que un famoso que estaba saliendo en la televisión era gay.

Y también están las otras personas que en algún momento han pasado sobre el tema con naturalidad y desinterés.

Bueno, me despido ya, que hace rato que pasó la hora de comer.
En la próxima actualización, no sé si hablar de mi excursión fallida a la oficina de correos, mi día en Harayuku, o mi viaje a Nara, que ya va siendo hora. Lo pensaré.

¡Nos leemos!

miércoles, 27 de julio de 2011

Lunes 25 - Escuelas, Takoyaki y Exámenes.

Ayer dediqué el día a ir a Yoyogi, una estación después de la famosa Shibuya y una antes de la igual de famosa Harajuku, a ver la que quería que fuera mi academia de japonés.

Desde que estoy en Japón he dedicado demasiado dinero a los transportes, y eso que siempre que puedo opto por caminar, así de paso aprecio la arquitectura nipona, tomo un poco de sol nipón, y quizás capte algo de niponés, digo, japonés. Pero, por ejemplo, para ir de la casa de María Aichiense a su universidad, o a una zona medianamente céntrica, gastaba quince euros entre la ida y la vuelta. Sólo en el tren. Y por suerte no era obligatorio hacerlo a diario.

En Tokyo inmediatamente me dí cuenta de que el asunto se agravaba, y peor iba a ser cuando fuese a la escuela todos los días. Haciendo cuentas, sólo la ida y vuelta ya eran diez euros, y si por algún motivo tenía que comer fuera, entrar y salir otra vez, o ir a alguna otra zona de Tokyo por la tarde, podría dejarme otros diez, y otros diez, y otros días. (Y el metro no se queda corto) Así que ya me había informado sobre bonos de transporte y estaba el normal y el de estudiante. El de estudiante creo que costaba veinte euros menos. Veinte euros menos de los cien que costaba el normal. Así que prefería primero tener la matrícula en la escuela de idioma, y luego ya hacer la compra.

Lamentablemente en la escuela no daban facilidades para los estudiantes que usaran esas líneas, y me quedé sin mi descuento de 20 euros. Eso sí, aún costando 100 euros, me estaría ahorrando la mitad en viajes con tan sólo que use el tren una vez al día, y sospecho que lo voy a usar mucho más.

Ahora, en lo que se refiere a la escuela, el plazo de inscripción había terminado el viernes 23 de este mes, y yo no me había podido matricular por problemas con mi banco online. Por eso quería ir el lunes temprano para explicar mi asunto, decir que ya había contactado con ellos por e-mail, y si había alguna posibilidad de que me dejaran pagar aún ahora. Diré que yo ya iba con el no por delante. Sé que en todo lo que es administración, cuando te pasas el plazo, ya puedes pedir de rodillas que nada va a cambiar. En otra situación, me habría dado por vencida y ya está. Pero no era algo que pudiera dejar pasar sin intentarlo un poco más. Y, cómo se me solía decir de pequeña: "Ya tienes el no, así que nada pierdes preguntando por el sí".

En Yoyogi, salimos por el lado equivocado, y tuvimos que dar un par de vueltas más, preguntar en un puesto de policía (donde me miraron de hito en hito) y luego hicimos lo más inteligente: Seguimos a la marabunta de extranjeros que hablaban felizmente en japonés. Exactamente. Eran estudiantes de la academia, y no eran pocos. Es más, diría que Yoyogi estaba llena por ellos.

Lo curioso es que cuando entraba en el colegio de japonés, me sentí muy observada. Fue más o menos como cuando era pequeña y llegaba nueva a un colegio, o me cambiaban de clase, y entraba sola, sin amiguitos. Justo así me sentí. Por suerte iba acompañada de Moe Tokiense, y fingí tranquilidad mientras charlaba con ella. Y la fingí porque de notarse lo asustada que estaba, iba a ser objeto de burla en mi primer día de cole, digo, de clases, y no era cuestión tocar fondo tan pronto. Ya habrá tiempo más adelante.

Justo llegamos mientras estaban en medio de una reunión de puertas abiertas. Y tuvimos que esperar mientras escuchábamos las frases de respuestas al unisono de los profesores, con mucho énfasis y energía. Cuando el jefe de estudios, o el cargo que tuviera el que estaba hablando, decía algo y terminaba de forma imperativa, todos los demás respondían potentemente, al mismo tiempo. Casi como en el ejército. Me dio un poco de miedo. Bueno, me habría dado realmente miedo y me habría preguntado dónde me estaba metiendo de no ser por todos esos cartelitos coloridos, esos dibujitos y muñequitos en las mesas, y esas camisas hawaianas que llevaban los empleados. Pero todos, todos ¿Eh? Vamos, que o era moda, o uniforme. Porque sino a ver quién me lo explica.

Moe Tokiense habló con un chico en cuanto terminó la reunión, y no le dejó decir ni tres palabras. En cuanto escuchó "Esta chica quería matri..." ya nos estaba sentando ante una mesa, con una tacita de té frío para cada una y pidiendo muy amablemente que esperáramos un momento ahí. Y yo para mis adentros diciéndome "Pobrecito. Tantas molestias y al final va a ser té servido para nada". Incluso, como soy así de pesimista, no dejaba de decirle a Moe "Qué vergüenza. Si es que entiendo que no me dejen matricularme. Pero si hubiese podido pagarlo por internet..."

Folletos de la escuela
En unos minutos llegó una mujer para atendernos. Le explicamos el problema, y me dijo que no era culpa del banco ni nada de eso. El pago era preferible que se hiciera en mano. Había otra opción, la de transferencia bancaria desde una ventanilla de nuestro banco español, desde España y sin internet de por medio, pero las tasas por la transferencia eran escandalosas. Así que muy comprensivamente me dijo que no había ningún problema en que pagara en esa semana, eligiera la forma que eligiera, y luego procedió a darme toda la información del curso y me preguntó si podía hacerme un examen de japonés en ese momento.

Durante la conversación habíamos estado hablando los tres. Yo había hecho mi mejor esfuerzo por hablar y entender, y Moe traducía las frases más difíciles. Creo que en el fondo ya desde que dijo que era posible que me matriculara, intentaba mostrar mi nivel para que no me fuera a poner en una clase de principiante, con los fundamentos del idioma. Así que cuando me dijo lo del examen, no pensé y me dejé llevar por el momento, respondiendo con un enérgico "Hai! Dekimasu!" (¡Sí! ¡Puedo!) que le hizo reír.

Así que me mandaron a una habitación donde tenía noventa minutos para responder todas las preguntas de un libreto, o dejarlo cuando ya no entendiera nada. En ese momento me dí cuenta de lo tonta que había sido. No había mirado siquiera un libro desde que dimos la última clase de japonés en Salamanca, en Mayo. Más bien me dediqué por completo a los exámenes de la universidad.

Lo único que tenía fresco eran las frases que usaba a diario, muy básicas y sin ningún desarrollo gramatical. Simplemente cosas como "Ahora necesito esto."; "¿Puedo usar aquello?"; "¿Esto cómo se llama?"; "¿A qué hora nos vemos?"; "Disculpe, ¿Este tren va a X?"; "Perdón, ¿Por aquí cerca hay un Hiakin?"; "¡Delicioso!"; "¡Riquisimo!"; "¡Me encanta!" y "¡Qué lindo!".

Como había estado con Siete Osakiense, Mari Aichiense y ahora con Moe Tokiense, siempre había recurrido al español ante cualquier dificultad, y sólo había practicado algo de kanji en Aichi, y el japonés limitadamente hablando con las familias de mis amigas, pidiendo direcciones en las estaciones de trenes, y poca cosa más.

Así que en definitiva el examen me salió de pena, y tuve que dejarlo mucho antes de que pasaran los noventa minutos. Pues aunque seguía comprendiendo la gramática, las preguntas estaban escritas con unos kanji que no podía ni leer ni interpretar. Creo que la relación de gramática y escritura que tienen en la escuela es distinta a la que he recibido en España. Eso o soy una muy mala alumna.

Al salir de la prueba escrita, me dijeron que el oral podría durar entre media hora y diez minutos. Depende de mi nivel. Yo sospechaba que me despacharían a los diez justos, tras el examen catastrófico que había hecho. Pero por suerte la profesora que me tenía que examinar estaba en ese momento en clases, así que concertamos cita para el lunes, día de inicio de las clases, a las ocho de la mañana. Me preguntó si me iba bien esa hora, y yo, de nuevo sin pensar y con más decisión que inteligencia, respondí "Hai! Daijoubu desu!" "¡Sí! ¡Está bien!".

Al salir, Moe me miró un poco preocupada y me recordó que de su casa a la academia se tardaba más o menos una hora, contando con lo que se tarda en el camino a pie, y tomando el tren extra rápido (Que existe. No estoy poniendo adjetivos de adorno)


A todo esto, un poco antes del examen, la profesora se dio cuenta de que andaba por ahí rondando un chico rubio, de ojos claros y piel nata. Vamos, entre los japoneses, un estereotipo de europeo con patas. Lo llamó y yo pensando ¿Un profe extranjero? Pues no. Se trataba de un estudiante. El motivo por el que le hizo ir fue que él también era español. Vaya por Dios. Y yo hablando de que si siempre me dicen que no parezco española, que si esto y lo otro. Pues él parecía de todo menos hispano. Vamos, que yo ya lo orientaba para los nortes, a las tierras gélidas. Pero nada de eso. Más español que yo misma, casi.

Bueno, vale, diré el truco: El muchacho era de Mallorca. Ahhhh, Amigo. Acabáramos. Así cualquiera se saca ojos mar y pelo dorado. Que también me conozco otro que yo me sé en Salamanca que es Mallorquino cerrado, pero con apellido inglés y sangre rusa, diría yo.

Fue muy amable y para nada distante. Así que, aunque no esté en mi clase, creo que ya no me sentiré como la niña nueva la próxima vez que vaya a la escuela. Habrá alguna que otra cara conocida, y si al principio me cuesta hacer amiguitos, al menos sé que puedo saludar a alguien, ya sea de lejos, y fingir que no tengo pánico ni nada de eso.

Vamos, ¿Me van a decir que nunca se han sentido de esa forma? Sólos en medio de tantos grupos de amigos ya hechos. Es un trabajo titánico hacerse un huequito donde ya se han ocupado todas las plazas y no se espera a nadie más. Pero bueno, ya la escuela me ha dado una lección sobre eso cuando se me amplió el tiempo para hacer la matrícula. Así que voy a dejar el pesimismo de lado y simplemente ser feliz porque todo me está yendo bien en Japón.

De hecho, el marcador está "Extranjera 21 - 0 Japón". Que han sido ya 21 días de experiencias buenas una tras otra, y sin un solo percance. Tanta suerte parece increíble.


Moe delante del local en cuestión
Después del "Otsukaresama" de rigor, que en contexto significa "Buen trabajo" pero literalmente es "Señorísimo cansancio" (Traducido así, a lo tonto y rápido), salimos de la academia y ya era la hora de comer en Japón, y entre el examen y los nervios de todos mis pensamientos nefastos, tenía un hambre de muerte. Así que en esa misma calle entramos en el primer puesto de comida y....

¡Eran Takoyaki!

Como ya había dicho antes. No volvería a pasar frente a ellos sin comerlos. Así que ni corta ni perezosa me pedí una buena bandeja de ocho que compartimos entre las dos. Y ¡Dios qué buenos que estaban! Para morirse. Eso sí, nos dejamos la lengua al rojo vivo. Porque ardían de lo lindo. Pero el pulpo... ¡Qué pulpo! y la masa, y la salsa, y el todo.

Yo con mis takoyakis a buen recaudo
Es un peligro que ese puesto esté ahí cerca. Porque yo ya venía preparada para hacerme un bento a diario y comer económicamente. Pero teniendo a la tentación por vecina... No sé si me resistiré. Y no estaban tan caros. Los ocho takoyaki costaron quinientos yenes. Docientos cincuenta cada una.

El cielo a tan sólo 250 yenes tiene que ser pecado. Pero bien dispuesta que estoy de pecar a diario.

Después de eso fuímos a la universidad de Moe Tokiense, que es la Waseda. Al parecer una de las más prestigiosas del país. Tanto es así que cuando Mari Aichiense se enteró, me dijo que se sentía intimidada al hablar con Moe, porque tenía que ser una especie de genio, o algo así.

No tengo fotos de ella ahora, pero para verla tan sólo hay que ver Tokyo Blus. La película basada en el libro de Murakami Haruki, pues no sólo aparece esa universidad, sino el campus de Moe, y justo una de las calles por la que pasamos.

El lugar era muy bonito, pero lo que más se apreciaba es que los edificios altos y relativamente cerca, con árboles por doquier, arrojaban frescura al lugar. Y no hablo metafóricamente. Más allá de la valla de metal negro podrían hacer treinta y ocho grados, pero bastaba con entrar y ya sentías la brisa suave y la temperatura bajando.

Quería quedarme todo el día ahí.

Que por cierto, además de tener combini dentro (tienda de 24 horas), que también lo tenía la universidad de Mari; y ascensor, que también tenía la universidad de Mari; habían escaleras mecánicas, que no sé si también las tiene la universidad de Mari. Muchas escaleras mecánicas. Tanto que no sabía si estaba en un edificio de estudios o en un centro comercial. Menos mal que los universitarios haciendo el tonto, sentados por todas partes, charlando y abriendo y cerrando libros sin terminar de mirarlos me hicieron ver que realmente estaba en una universidad. Sino podría haber ido a secretaría para preguntar por la zona de hogar, que aún tengo un par de regalos que comprar para mi regreso de Japón.

Nihonjin no shiranai nihongo I y II
A la vuelta nos pasamos por una librería para comprar mis propios ejemplares de Nihonjin no shiranai nihongo (El japonés desconocido por los japoneses) que ya me estaba leyendo en casa de Mari y había tenido que dejar con todo el dolor de mi corazón. Ahora podré seguir viendo las aventuras y desventuras de todos esos gaijin (extranjeros) en sus academias de japonés.

Y he de confesar que he tenido fantasías con repetir alguna de las preguntas fáciles que terminan siendo terriblemente complicadas en la clase una vez empiece mi curso. Pero mejor no me las doy de listilla y me quedo como la chica apocada, asocial y calladita del fondo. Que siempre se me ha dado bien ese papel, y no es cuestión de cambiarlo a estas alturas de mi vida.

Eso sí. Me sentí fatal cuando al llegar a casa y enseñarle los libros a la hermana de Moe, a la que llamaremos Mao a partir de ahora (Porque se asemeja fonéticamente a Moe y porque soy así de original bautizando a la gente), las dos hermanas empezaron a reírse sin parar. Increíblemente rápido. Pero vamos, con una rapidez que no sabía si se reían por los dibujos, las frases, o el aire que tenían delante. Ganas tuve de prohibirles que siguieran carcajeándose en mis narices y exigirles un poco de consideración. Que estaba yo como el muerto de hambre viendo como los pudientes saboreaban mi comida.

Entiéndanme. Ser capaz de descifrar todos los kanji, buscar las palabras que no conozco y entender las gramáticas difíciles, hace que una página me tome un día para comprenderla. Luego vienen las risas.

Pero ellas empezaron a pasar las páginas con una rapidez que me dio envidia. Y a punto estuve de sacarles el librito de las manos, como una niña chica que no quiere que jueguen con sus juguetes.

Si es que no hay derecho. ¿Por qué no habré nacido yo bilingüe?

Y creo que eso es todo sobre el día de ayer.

Curry en Shinjuyu
Hoy he hecho un par de recados importantes e imprescindibles, he comido en Shinjuku, y he estudiado mucho japonés. Necesito demostrar que realmente he estudiado dos años con profesores en Salamanca para sentirme un poco mejor conmigo misma. Y también para no dejar la honra de mi escuela por los suelos, que cuando la mujer me preguntó si había tomado algún estudio, y se enteró del "centro de cultura japonesa" (que fue la única forma en la que pude decir en mi triste japonés "centro cultural hispano-japonés") se mostró muy interesada porque hubiera algo así en Salamanca. Y ahora debería demostrar que no se trata de unos cursillos sin importancia, sino que realmente se trata de clases de japonés con japoneses de pelo en pecho dando clases. Bueno, lo del pelo no, que según me cuenta Moe, los japoneses, japoneses, se cuidan como japonesas, y cuanto más Onna mitai na kao (cara femenina), más lindos.

Y por último, antes de despedirme, otra foto de comida. El desayuno con el que Moe me ha recibido esta mañana.

"Desayuno Europeo". La tostada era más gruesa que el Quijote.


En consecuencia yo le he hecho una tortilla para la cena. Que mucha paella con fama en España, y mucho japonés que el arroz ama, pero aquí la tortilla siempre gana. Lástima que sólo la comió Mao Hermaniense (que después del trescientos veinticuatro mil oishi (delicioso), juró que iba a ir a España. Momento en el que aproveché para recomendar que mejor Canarias, que la tortillas igual de buenos, y el tiempo mejor ;). Moe tenía fiesta de cumpleaños de una amiga, así que no ha vuelto a casa hasta bien entradísima la noche. Lo que en Japón se entiende como las diez y media.

Por si alguien estaba esperándo por ella, no hay foto de la tortilla. Aunque de pinta, fue la que mejor que me ha quedado desde que estoy aquí, y ya es la tercera.



P.D.: Sospecho que la gente que me conoce se ha dado cuenta de cual es mi técnica de bautismo, y sabrán cuales son realmente los nombres de todas mis amigas. Bueno, eso sólo hace más divertido el andar bautizando a diestro y siniestro.

lunes, 25 de julio de 2011

Último día en Aichi

¡Tortilla!
En primer lugar, hoy es un día de celebración.

¿Por qué? ¿Porque estoy en Tokyo? ¿Porque he ido a Shibuya? ¿Porque he comprado una cámara fotográfica decente (grazie, mama) y ahora podré presentarles decentemente Japón?

No. Nada de esos, amigos míos.

La gran celebración de hoy es que....

¡TENGO MI ORDENADOR! Estoy usándolo justo ahora mismo. Con mi propio teclado. Mi propia pantalla. Mis propias teclas rotas y faltantes. Incluso mi propio enchufe conectado a mi propio adaptador conectado a mi propia corrient... bueno, no. Conectado a la corriente de la casa de mi amiga tokiense, a la que a partir de ahora llamaremos Moe, porque es la mar de moe, y porque yo soy así de original bautizando a la gente.

Bueno, vale. Vamos a lo que vamos. Que hoy estoy en Tokyo y tengo cámara nueva (Thank you, mother!) y todas esas nimiedades, entre las que se incluye que ya me he perdido y encontrado, y que he estado en Shibuya. ¿Lo había dicho? Pero bueno, tampoco es que sea la gran cosa. Porque lo que quiero contar es sobre mi última noche en Aichi, y mi última mañana.

Es algo que me va a costar olvidar.

Maria Aichense en pijama haciéndome la cena
María Aichense me dijo que el sábado íbamos a cocinar nosotras mismas "la última cena". Lo dijo así, con esas palabras, y se me erizó todo el vello del cuerpo, y a punto estuve de dedicarle unas palabras emotivas y llenas de sentimentalismo. Pero me contuve, y seguimos como si tal cosa.

Por mi parte ya les había cocinado una vez paella y tortilla de papas, y como a mi Mari le encanta la tortilla de papas, hubo que repetir plato. Pero por su parte nunca ha tenido que cocinar un plato caliente (las maravillas de la tecnología japonesa, que con poner un sobre en el micro o en un caldero y esperar tres minutos, ya tienes desayuno, comida o cena), y estaba bastante nerviosa por si no le quedaba bien. Se decantó por el Hayashi raisu (Hayashi rice), y en mi opinión estaba de muerte. Pero también hay que contar que era la primera vez que lo probaba, y que esa noche todo era increíblemente bueno para mí.

Según me contó María, Hayashi no significa nada. Ella misma no lo sabía hasta hace relativamente poco, pero el Hayashi rice es un plato que posiblemente haga referencia a su inventor, algún tal señor Hayashi, ya que éste es un apellido sin otro significado en Japón.

Creo que el plato suele llevar algún tipo de carne, pero lo que hizo no llevaba más que verdura y sopa de tomate. Quizás no se quiso arriesgar. Quizás sabe que adoro las verduras. Quizás es otro estilo de preparar Hayashi Raisu. De la misma forma que me dijo que era un tipo de plato que entra en la categoría de youshoku ().

La palabra youshoku habla de cualquier comida al estilo occidental que ha sido creada en Japón. Ejemplos son el omu-rice, que consiste en arroz con carne y huevo, setas, salsa de tomate y ketchup, mirín y otros ingredientes, metidos dentro de una tortilla francesa, y posiblemente con ensalada como acompañamiento; el curri, que es arroz con una especie de salsa con papas, zanahoria, cebolla, carne, y otras cosas; los espaguetis al estilo japones, o las hamburguesas al estilo japonés (¿Hamburguesa de tempura? Sí. La hay)
Mesa servida. A la izq. de la tortilla es el tsukemono.

Normalmente este plato se come como el curri. Como si fuese la salsa de acompañamiento del arroz, y cada uno puede elegir entre comerlo tal cual o mezclarlo. Pero en casa de María se come en cuencos separados. Por lo que tuvimos tres tipos distintos de cubiertos durante toda la cena, uno para cada plato: Palillos para el arroz y el tsukemono (Encurtido de verduras, en este caso de berenjena, y con wasabi ¡Delicioso!), cuchara para el hayashi rice, y tenedor para la tortilla.

Pero para el caso, al final terminamos usando palillos para todo. Eso sí, primero ensuciamos los otros, y bien ensuciados. No se fuera a decir que economizábamos a la hora de limpiar, o peor aún, que pensábamos con la cabeza.

También, mientras cocinábamos, entre bromas y temores de cómo nos quedaría la comida, se me dio a mi un delantal que Mari había comprado en España, cuando pasó por Córdoba. Era un regalo para su madre, pero ésta opinó que era ridículo. Y ¿Para qué engañarnos? es un poco ridículo. Pero, oye, para reirse, nada como eso. Además, si se me va a sacar foto conmemorativa, que sea con pinta de hispana, y no luciendo niponez.

Cana-cordo-salma-nipona.
Porque ya se ha resuelto el misterio de mi supuesto niponismo. El otro día se me aclaró que mi pinochezca nariz seguía donde debía estar, y que el resto de mi cuerpo, por mucho en que insistiera en romper con el estereotipo de la europea guapa, no era de Asia. Así que todo eso de que "era normal que estuviera en el metro" y "Hoy mis amigas me han dicho que no pareces española", "No es raro que estés en una universidad japonesa", venía a cuenta de mi forma de vestir.

Se supone que las españolas, y la mayoría de las europeas, visten con ropa ajustada y luciendo mucho cuerpo. Sobre todo del ombligo para arriba. No es que las japonesas no enseñen carne. Lo hacen, cuando no la cubren con manguitos hasta el cuello, sombrillas y alguna que otra rebeca a 40º. Sobre todo suelen mostrar piernas. Y en verano ¿Quién no? Pero es cierto que de cintura para arriba, suelen llevar muchas prendas ligeras y sueltas. Camisas holgadas, pañuelos, chalecos de punto, y un largo etc., y cuando no, usan faldas anchas, o trajes sueltitos, y ya sean de asilla, se pondrán una camisa debajo.

Incluso estando en casa de Mari, la madre de esta me pidió que no usara camisas de asilla sin más para andar por casa, por mucho calor que hiciera y por mucho pijama que usara. Me dijo que a ella y a Mari no les importaba, pero era por sus abuelos, que no estaban educados para aceptar esas maneras (y se me dijo de muy buena forma y sin ofender. Siempre se me ha tratado increíblemente bien en esa casa). Y hoy, en un programa de la televisión, he visto cómo a una chica jugando a sumo con otra terminaba con la camiseta de equipo en la otra punta del rin, y sólo con camisilla de debajo. Pero aún así se armó un escándalo increíble, y la chica corrió a cubrirse con toallas y otras cosas. Como si verle los hombros fuera impúdico.

La primera noche con los mosquitos asesinos. 3 picaduras.
Lo que las amigas de Mari ignoraban es que mi moda nipona no es tal. Desde prácticamente el tercer día que estoy en su casa, por mucho que me pese, sólo he podido usar los pantalones bombachos y la falda larga y ancha, puesto que parece que un grupo infame de mosquitos sin recato ni educación han decidido acosar a la extranjera. Habiendo cuatro personas más en la casa, sólo me han picado a mi. Dos o tres veces cada noche. Ha sido casi una pesadilla. Y si al menos se hubieran contentado con el vientre o los muslos, pues habría pasado. Pero los muy indecentes iban a las zonas duras ¿Por qué? No lo sé. Las muñecas, los tobillos, entre los dedos de los pies, la rodilla, la corva, la espinilla, la cadera... Se ve que le gustan mis huesos. Y claro, con lo que me rasco, me he hecho unas heridas de agüita, y a mi se me ha enseñado que mejor no exponer las heridas al sol, no se me vayan a quedar como trofeos de guerra para cuando cuente batallitas a mis nietos.

En su casa tienen la teoría de que sólo me pican a mí porque sabían que soy extranjera y que me iría pronto, así que decidieron sangrarme en primer lugar, y luego ya ir a picotear las presas habituales.

Bueno. Después de la cena y sobremesa, fuimos a la habitación de arriba a hacer un poco de goro-goro (por contexto, deduzco que significa tumbarse, pero cada vez que lo dicen, "goro-goro suru", me suena a rodar por el suelo) y estudiar otro rato. En ese momento subió la abuela a darme personalmente unos regalos que había pensado para mí. Uno de ellos era una ekobaku (Eco Bag) para que no tenga que pagar las bolsas plásticas en los supermercados de Tokyo. Mira que piensa en todo la buena mujer.

El otro regalo, que casi me hace llorar de lo bonito y de lo trabajado, era un tanka (poema de versos de 5-7-5-7-7 sílabas) escrito por su propio pincel en un shikishi (tabla semi dura donde se escriben cosas para ser conservadas). El tanka no era suyo, sino que me dijo que lo había sacado de la famosa novela japonesa Genji Monogatari, escrita hace mil años. De todas formas, estoy segura de haber entendido mal su explicación. Lo más posible es que se refiriera a que el poema fue escrito en la misma época, porque creo que Genji Monogatari fue escrito por una mujer en una época en la que los kanji eran de uso exclusivo para los hombres, y las mujeres sólo usaban el Hiragana (El katakana, el otro silabario, también era masculino), y ese Tenka tenía varios kanji y otros carácteres silábicos actualmente en desuso. Por lo que tuvo que colocarme una nota al lado con la lectura actual.

En japonés dice así:


Shikishi con el tanka hecho por la abuela

風やしる
kaze ya shiru
いつくにさける
idzuku ni sakeru
梅ならん
ume naran
ただ香ばかりの
tada ka bakarino
春の夜の闇
haru no yo no yami.


Tal como está escrito, no entiendo su significado, pero ella me lo explicó más sencillamente como "Aunque la oscuridad no me deja ver la flor, el viento me trae su dulce aroma".

Personalmente sólo puedo traducir:
"El viento [...] sabe
[...] florece [?]
la ciruela [...]
[...] el aroma [...]
en la oscuridad de la noche de primavera."

Preguntándole a Moe Tokiense, dice que de un japonés muy arcaico a su español, según ella limitado, es "Sólo el viento es consciente de en qué lugar está la ciruela florecida. Pero en el aire flota su aroma, en la oscuridad de una noche de primavera"

Precioso.

Yo llevaba un tiempo pensando en escribirles una nota para expresar todo lo que no podía decir oralmente. Porque, con tiempo. puedo decir miles de cosas que se me hacen imposibles frente a frente. Así que en cuanto recibí el shikishi, pensé que era el formato idóneo, si no encontraba una postal que me agradara, puesto que la idea que había tenido hasta ese momento era buscar una catulina y como en la primaria, dedicarme a dibujar, pegar, recortar, y escribir.

Tomé mi cartera y, siendo domingo, ya en la tarde noche, me fui yo solita a la papelería más cercana (Momento de risa general cuando al despedirme dije "Itterashai", que significa "buen viaje" en vez de "itekimasu", que sería el "salgo de casa"). Dediqué mi buena hora en elegir el shikishi correcto, porque no podía ser algo demasiado serio, ni demasiado infantil, ni demasiado colorido, ni demasiado elegante. En definitiva, me decidí por uno con palomas verdes y una frase en ingles que decía que el verde era el color de la buena suerte.

Dediqué el resto del día, y gran parte de la noche a redactar todo el agradecimiento que sentía. Pero el grueso del tiempo realmente me lo consumió el andar buscando los kanji y la forma en la que tenía que escribirlos. Al final me quedó algo bastante triste visualmente, pero esperaba que el mensaje compensara todo lo demás, incluso mis incongruencias gramaticales.

Se lo entregué esta mañana, cuando la madre estaba a punto de ir a trabajar. Esperaba que fuese acogido como un simple detalle y dijeran "Que mona. Si hasta ha intentado dibujarnos un par de kanji. Y esta frase casi se entiende y todo". Pero no. No fue así.

La madre empezó a llorar. Me dio las gracias varias veces. Me hizo inclinaciones profundas y lentas, mientras retrocedía y se acercaba, con los ojos inundados de lágrimas, o las mejillas húmedas. Buscando el pañuelo en su bolso. Agarrándome la mano con fuerza. Pidiéndome que regresara a verlos de nuevo.

Tan fuerte fue su reacción, que casi me contagia el llanto. Admito que cuando lo escribí, lo hice de todo corazón, y también estuve a punto de llorar. Pero pensé para mí que era una tontería, que estaba sensible, y que era difícil expresar en un idioma ajeno todo lo agradecida y querida que me sentía por esas dos semanas. Pero al ver la reacción de la madre, comprendí que había sido entendida. Y aunque no se me dan bien las inclinaciones y la pronunciación correctamente lenta del arigatou gozaimasu, cosa que la mujer me había corregido continuamente desde que llegué a la casa, siempre sonriendo y con un tono protector, me incliné tantas veces como ella, y procurando que fuese con mayor ángulo.

Aún no sé si es verdad que cuanto más respeto se siente, mayor es la inclinación. Pero es que toda la atención que recibí en estos días no se pueden pagar de ninguna forma, y olvidar es aún menos posible.

Una hora más tarde, cuando volví a bajar para llevar la maleta al coche y despedirme definitivamente de la casa, me encontré esta sorpresa en el salón.

Los abuelos habían recorrido toda la casa buscando un lugar adecuado donde colgarlo. Y hasta se habían tomado la molestia de ponerle ese marco. Decidieron colocarlo en el salón, presidiendo la habitación, junto al diploma acreditativo de que habían llegado a la punta más occidental de Europa, en Portugal.
Eso me desarmó por completo. Dejé las maletas a un lado, y no supe qué decirle a los abuelos. Al final pedí permiso para tomar una foto, y ellos, por supuesto, me dejaron tomar cuantas quisiera.

Presidiendo el salón.
Ellos nos acompañaron a la estación. Donde se despidieron de mi pidiéndome que los volviera a visitar alguna vez. Yo les recordé que en España tenían tanto una amiga como una casa, y que si alguna vez iban, que no dejaran de llamarme.

Ahora es demasiado de noche, y mi anfitriona tokiota necesita descansar un poco. Así que continúo relatando el resto otro día. Pero no me despido sin antes poner unas últimas fotos de la cámara y de la prueba de que estoy usando mi ordenador:

Mi nueva cámara.
Esta foto, como está hecha con la antigua cámara, parece que la nueva es bastante mala. ¡Pero es por culpa de la pésima calidad de la vieja! De verdad que es bonita, buena, ligera, algo grande, y todo lo que ha de ser una cámara que se precie (Má, de verdad, gracias).

Mi vieja cámara
Aunque parece mejor que la nueva, hay que tener en cuenta que está fotografiada con la de ahora. Así que sólo valoren la calidad.
Pero, en honor a la verdad, y como despedida a la fiel máquina que tanto me ha valido este tiempo, he de decir que a pesar de sus malas fotografías y su excesivo consumo en pilas, fue una excelente trabajadora, y quedará siempre en nuestras memorias.

transformador
Ese pico negro que hay entre el enchufe del ordenador y el enchufe de la pared (que seguro que tiene su propio nombre) es el transformador. Apenas se aprecia, y ni siquiera parece importante, pero lo mal que lo he pasado sin él...

Mi ordenador encendido
Por primera vez desde hace casi un mes, puedo ver mi ordenador. Y yo que siempre me quejaba de él por ser aparatoso, pesado y lento. Cómo de limpio, bonito, rápido y útil me ha parecido ahora. Eso de no tener que hacer malabares para poner acentos y eñes es todo un lujo.
Por favor, ignoren la falta de botón derecho y F7. Ambos son culpa de la hurona de mi hermana. (Me refiero a su mascota. No estoy insultando a mi hermana. Aunque ahora podría aprovechar para decir que es una malcriadora de bichejos. Pero no lo haré. Aunque lo piense.)

Y eso ha sido todo por hoy.
Nos vemos próximamente, desde Tokyo.
 

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