lunes, 25 de julio de 2011

Último día en Aichi

¡Tortilla!
En primer lugar, hoy es un día de celebración.

¿Por qué? ¿Porque estoy en Tokyo? ¿Porque he ido a Shibuya? ¿Porque he comprado una cámara fotográfica decente (grazie, mama) y ahora podré presentarles decentemente Japón?

No. Nada de esos, amigos míos.

La gran celebración de hoy es que....

¡TENGO MI ORDENADOR! Estoy usándolo justo ahora mismo. Con mi propio teclado. Mi propia pantalla. Mis propias teclas rotas y faltantes. Incluso mi propio enchufe conectado a mi propio adaptador conectado a mi propia corrient... bueno, no. Conectado a la corriente de la casa de mi amiga tokiense, a la que a partir de ahora llamaremos Moe, porque es la mar de moe, y porque yo soy así de original bautizando a la gente.

Bueno, vale. Vamos a lo que vamos. Que hoy estoy en Tokyo y tengo cámara nueva (Thank you, mother!) y todas esas nimiedades, entre las que se incluye que ya me he perdido y encontrado, y que he estado en Shibuya. ¿Lo había dicho? Pero bueno, tampoco es que sea la gran cosa. Porque lo que quiero contar es sobre mi última noche en Aichi, y mi última mañana.

Es algo que me va a costar olvidar.

Maria Aichense en pijama haciéndome la cena
María Aichense me dijo que el sábado íbamos a cocinar nosotras mismas "la última cena". Lo dijo así, con esas palabras, y se me erizó todo el vello del cuerpo, y a punto estuve de dedicarle unas palabras emotivas y llenas de sentimentalismo. Pero me contuve, y seguimos como si tal cosa.

Por mi parte ya les había cocinado una vez paella y tortilla de papas, y como a mi Mari le encanta la tortilla de papas, hubo que repetir plato. Pero por su parte nunca ha tenido que cocinar un plato caliente (las maravillas de la tecnología japonesa, que con poner un sobre en el micro o en un caldero y esperar tres minutos, ya tienes desayuno, comida o cena), y estaba bastante nerviosa por si no le quedaba bien. Se decantó por el Hayashi raisu (Hayashi rice), y en mi opinión estaba de muerte. Pero también hay que contar que era la primera vez que lo probaba, y que esa noche todo era increíblemente bueno para mí.

Según me contó María, Hayashi no significa nada. Ella misma no lo sabía hasta hace relativamente poco, pero el Hayashi rice es un plato que posiblemente haga referencia a su inventor, algún tal señor Hayashi, ya que éste es un apellido sin otro significado en Japón.

Creo que el plato suele llevar algún tipo de carne, pero lo que hizo no llevaba más que verdura y sopa de tomate. Quizás no se quiso arriesgar. Quizás sabe que adoro las verduras. Quizás es otro estilo de preparar Hayashi Raisu. De la misma forma que me dijo que era un tipo de plato que entra en la categoría de youshoku ().

La palabra youshoku habla de cualquier comida al estilo occidental que ha sido creada en Japón. Ejemplos son el omu-rice, que consiste en arroz con carne y huevo, setas, salsa de tomate y ketchup, mirín y otros ingredientes, metidos dentro de una tortilla francesa, y posiblemente con ensalada como acompañamiento; el curri, que es arroz con una especie de salsa con papas, zanahoria, cebolla, carne, y otras cosas; los espaguetis al estilo japones, o las hamburguesas al estilo japonés (¿Hamburguesa de tempura? Sí. La hay)
Mesa servida. A la izq. de la tortilla es el tsukemono.

Normalmente este plato se come como el curri. Como si fuese la salsa de acompañamiento del arroz, y cada uno puede elegir entre comerlo tal cual o mezclarlo. Pero en casa de María se come en cuencos separados. Por lo que tuvimos tres tipos distintos de cubiertos durante toda la cena, uno para cada plato: Palillos para el arroz y el tsukemono (Encurtido de verduras, en este caso de berenjena, y con wasabi ¡Delicioso!), cuchara para el hayashi rice, y tenedor para la tortilla.

Pero para el caso, al final terminamos usando palillos para todo. Eso sí, primero ensuciamos los otros, y bien ensuciados. No se fuera a decir que economizábamos a la hora de limpiar, o peor aún, que pensábamos con la cabeza.

También, mientras cocinábamos, entre bromas y temores de cómo nos quedaría la comida, se me dio a mi un delantal que Mari había comprado en España, cuando pasó por Córdoba. Era un regalo para su madre, pero ésta opinó que era ridículo. Y ¿Para qué engañarnos? es un poco ridículo. Pero, oye, para reirse, nada como eso. Además, si se me va a sacar foto conmemorativa, que sea con pinta de hispana, y no luciendo niponez.

Cana-cordo-salma-nipona.
Porque ya se ha resuelto el misterio de mi supuesto niponismo. El otro día se me aclaró que mi pinochezca nariz seguía donde debía estar, y que el resto de mi cuerpo, por mucho en que insistiera en romper con el estereotipo de la europea guapa, no era de Asia. Así que todo eso de que "era normal que estuviera en el metro" y "Hoy mis amigas me han dicho que no pareces española", "No es raro que estés en una universidad japonesa", venía a cuenta de mi forma de vestir.

Se supone que las españolas, y la mayoría de las europeas, visten con ropa ajustada y luciendo mucho cuerpo. Sobre todo del ombligo para arriba. No es que las japonesas no enseñen carne. Lo hacen, cuando no la cubren con manguitos hasta el cuello, sombrillas y alguna que otra rebeca a 40º. Sobre todo suelen mostrar piernas. Y en verano ¿Quién no? Pero es cierto que de cintura para arriba, suelen llevar muchas prendas ligeras y sueltas. Camisas holgadas, pañuelos, chalecos de punto, y un largo etc., y cuando no, usan faldas anchas, o trajes sueltitos, y ya sean de asilla, se pondrán una camisa debajo.

Incluso estando en casa de Mari, la madre de esta me pidió que no usara camisas de asilla sin más para andar por casa, por mucho calor que hiciera y por mucho pijama que usara. Me dijo que a ella y a Mari no les importaba, pero era por sus abuelos, que no estaban educados para aceptar esas maneras (y se me dijo de muy buena forma y sin ofender. Siempre se me ha tratado increíblemente bien en esa casa). Y hoy, en un programa de la televisión, he visto cómo a una chica jugando a sumo con otra terminaba con la camiseta de equipo en la otra punta del rin, y sólo con camisilla de debajo. Pero aún así se armó un escándalo increíble, y la chica corrió a cubrirse con toallas y otras cosas. Como si verle los hombros fuera impúdico.

La primera noche con los mosquitos asesinos. 3 picaduras.
Lo que las amigas de Mari ignoraban es que mi moda nipona no es tal. Desde prácticamente el tercer día que estoy en su casa, por mucho que me pese, sólo he podido usar los pantalones bombachos y la falda larga y ancha, puesto que parece que un grupo infame de mosquitos sin recato ni educación han decidido acosar a la extranjera. Habiendo cuatro personas más en la casa, sólo me han picado a mi. Dos o tres veces cada noche. Ha sido casi una pesadilla. Y si al menos se hubieran contentado con el vientre o los muslos, pues habría pasado. Pero los muy indecentes iban a las zonas duras ¿Por qué? No lo sé. Las muñecas, los tobillos, entre los dedos de los pies, la rodilla, la corva, la espinilla, la cadera... Se ve que le gustan mis huesos. Y claro, con lo que me rasco, me he hecho unas heridas de agüita, y a mi se me ha enseñado que mejor no exponer las heridas al sol, no se me vayan a quedar como trofeos de guerra para cuando cuente batallitas a mis nietos.

En su casa tienen la teoría de que sólo me pican a mí porque sabían que soy extranjera y que me iría pronto, así que decidieron sangrarme en primer lugar, y luego ya ir a picotear las presas habituales.

Bueno. Después de la cena y sobremesa, fuimos a la habitación de arriba a hacer un poco de goro-goro (por contexto, deduzco que significa tumbarse, pero cada vez que lo dicen, "goro-goro suru", me suena a rodar por el suelo) y estudiar otro rato. En ese momento subió la abuela a darme personalmente unos regalos que había pensado para mí. Uno de ellos era una ekobaku (Eco Bag) para que no tenga que pagar las bolsas plásticas en los supermercados de Tokyo. Mira que piensa en todo la buena mujer.

El otro regalo, que casi me hace llorar de lo bonito y de lo trabajado, era un tanka (poema de versos de 5-7-5-7-7 sílabas) escrito por su propio pincel en un shikishi (tabla semi dura donde se escriben cosas para ser conservadas). El tanka no era suyo, sino que me dijo que lo había sacado de la famosa novela japonesa Genji Monogatari, escrita hace mil años. De todas formas, estoy segura de haber entendido mal su explicación. Lo más posible es que se refiriera a que el poema fue escrito en la misma época, porque creo que Genji Monogatari fue escrito por una mujer en una época en la que los kanji eran de uso exclusivo para los hombres, y las mujeres sólo usaban el Hiragana (El katakana, el otro silabario, también era masculino), y ese Tenka tenía varios kanji y otros carácteres silábicos actualmente en desuso. Por lo que tuvo que colocarme una nota al lado con la lectura actual.

En japonés dice así:


Shikishi con el tanka hecho por la abuela

風やしる
kaze ya shiru
いつくにさける
idzuku ni sakeru
梅ならん
ume naran
ただ香ばかりの
tada ka bakarino
春の夜の闇
haru no yo no yami.


Tal como está escrito, no entiendo su significado, pero ella me lo explicó más sencillamente como "Aunque la oscuridad no me deja ver la flor, el viento me trae su dulce aroma".

Personalmente sólo puedo traducir:
"El viento [...] sabe
[...] florece [?]
la ciruela [...]
[...] el aroma [...]
en la oscuridad de la noche de primavera."

Preguntándole a Moe Tokiense, dice que de un japonés muy arcaico a su español, según ella limitado, es "Sólo el viento es consciente de en qué lugar está la ciruela florecida. Pero en el aire flota su aroma, en la oscuridad de una noche de primavera"

Precioso.

Yo llevaba un tiempo pensando en escribirles una nota para expresar todo lo que no podía decir oralmente. Porque, con tiempo. puedo decir miles de cosas que se me hacen imposibles frente a frente. Así que en cuanto recibí el shikishi, pensé que era el formato idóneo, si no encontraba una postal que me agradara, puesto que la idea que había tenido hasta ese momento era buscar una catulina y como en la primaria, dedicarme a dibujar, pegar, recortar, y escribir.

Tomé mi cartera y, siendo domingo, ya en la tarde noche, me fui yo solita a la papelería más cercana (Momento de risa general cuando al despedirme dije "Itterashai", que significa "buen viaje" en vez de "itekimasu", que sería el "salgo de casa"). Dediqué mi buena hora en elegir el shikishi correcto, porque no podía ser algo demasiado serio, ni demasiado infantil, ni demasiado colorido, ni demasiado elegante. En definitiva, me decidí por uno con palomas verdes y una frase en ingles que decía que el verde era el color de la buena suerte.

Dediqué el resto del día, y gran parte de la noche a redactar todo el agradecimiento que sentía. Pero el grueso del tiempo realmente me lo consumió el andar buscando los kanji y la forma en la que tenía que escribirlos. Al final me quedó algo bastante triste visualmente, pero esperaba que el mensaje compensara todo lo demás, incluso mis incongruencias gramaticales.

Se lo entregué esta mañana, cuando la madre estaba a punto de ir a trabajar. Esperaba que fuese acogido como un simple detalle y dijeran "Que mona. Si hasta ha intentado dibujarnos un par de kanji. Y esta frase casi se entiende y todo". Pero no. No fue así.

La madre empezó a llorar. Me dio las gracias varias veces. Me hizo inclinaciones profundas y lentas, mientras retrocedía y se acercaba, con los ojos inundados de lágrimas, o las mejillas húmedas. Buscando el pañuelo en su bolso. Agarrándome la mano con fuerza. Pidiéndome que regresara a verlos de nuevo.

Tan fuerte fue su reacción, que casi me contagia el llanto. Admito que cuando lo escribí, lo hice de todo corazón, y también estuve a punto de llorar. Pero pensé para mí que era una tontería, que estaba sensible, y que era difícil expresar en un idioma ajeno todo lo agradecida y querida que me sentía por esas dos semanas. Pero al ver la reacción de la madre, comprendí que había sido entendida. Y aunque no se me dan bien las inclinaciones y la pronunciación correctamente lenta del arigatou gozaimasu, cosa que la mujer me había corregido continuamente desde que llegué a la casa, siempre sonriendo y con un tono protector, me incliné tantas veces como ella, y procurando que fuese con mayor ángulo.

Aún no sé si es verdad que cuanto más respeto se siente, mayor es la inclinación. Pero es que toda la atención que recibí en estos días no se pueden pagar de ninguna forma, y olvidar es aún menos posible.

Una hora más tarde, cuando volví a bajar para llevar la maleta al coche y despedirme definitivamente de la casa, me encontré esta sorpresa en el salón.

Los abuelos habían recorrido toda la casa buscando un lugar adecuado donde colgarlo. Y hasta se habían tomado la molestia de ponerle ese marco. Decidieron colocarlo en el salón, presidiendo la habitación, junto al diploma acreditativo de que habían llegado a la punta más occidental de Europa, en Portugal.
Eso me desarmó por completo. Dejé las maletas a un lado, y no supe qué decirle a los abuelos. Al final pedí permiso para tomar una foto, y ellos, por supuesto, me dejaron tomar cuantas quisiera.

Presidiendo el salón.
Ellos nos acompañaron a la estación. Donde se despidieron de mi pidiéndome que los volviera a visitar alguna vez. Yo les recordé que en España tenían tanto una amiga como una casa, y que si alguna vez iban, que no dejaran de llamarme.

Ahora es demasiado de noche, y mi anfitriona tokiota necesita descansar un poco. Así que continúo relatando el resto otro día. Pero no me despido sin antes poner unas últimas fotos de la cámara y de la prueba de que estoy usando mi ordenador:

Mi nueva cámara.
Esta foto, como está hecha con la antigua cámara, parece que la nueva es bastante mala. ¡Pero es por culpa de la pésima calidad de la vieja! De verdad que es bonita, buena, ligera, algo grande, y todo lo que ha de ser una cámara que se precie (Má, de verdad, gracias).

Mi vieja cámara
Aunque parece mejor que la nueva, hay que tener en cuenta que está fotografiada con la de ahora. Así que sólo valoren la calidad.
Pero, en honor a la verdad, y como despedida a la fiel máquina que tanto me ha valido este tiempo, he de decir que a pesar de sus malas fotografías y su excesivo consumo en pilas, fue una excelente trabajadora, y quedará siempre en nuestras memorias.

transformador
Ese pico negro que hay entre el enchufe del ordenador y el enchufe de la pared (que seguro que tiene su propio nombre) es el transformador. Apenas se aprecia, y ni siquiera parece importante, pero lo mal que lo he pasado sin él...

Mi ordenador encendido
Por primera vez desde hace casi un mes, puedo ver mi ordenador. Y yo que siempre me quejaba de él por ser aparatoso, pesado y lento. Cómo de limpio, bonito, rápido y útil me ha parecido ahora. Eso de no tener que hacer malabares para poner acentos y eñes es todo un lujo.
Por favor, ignoren la falta de botón derecho y F7. Ambos son culpa de la hurona de mi hermana. (Me refiero a su mascota. No estoy insultando a mi hermana. Aunque ahora podría aprovechar para decir que es una malcriadora de bichejos. Pero no lo haré. Aunque lo piense.)

Y eso ha sido todo por hoy.
Nos vemos próximamente, desde Tokyo.

1 comentarios:

dani dijo...

Hola bueno e leido todo tu blog y realmente me a encantado... que envidia me das viviendo en japon (^.^) me encanta tu Blog... pena que solo lo e visto ahora queria haber comentado antes,bueno pues nada espero acompañar mas tu blog Gracias y hasta luego またねー( ´ ▽ ` )ノ

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