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Flor de mi vecino |
Vamos a hablar de cómo podría ser un día cualquiera en este lugar. Por supuesto, no hay un sólo día idéntico al anterior, pero hay muchas cosas en las que coinciden. Hábitos y costumbres como los horarios de comidas, o la copiosidad de los desayunos y cenas, los despertares mañaneros, el ofuro de rigor, los trenes, muchos trenes, las esperas, las noches junto al ventilador...
Por ejemplo, como ya dije (creo) desde que llegué a Japón me he encontrado despertándome cada mañana entre las cuatro y las seis sin que nadie ni nada me despierte, aparentemente. Al principio pensaba que podía ser el famoso jet-lag, que de otra forma no lo había sentido. Pero al cuarto día despertándome a esa hora, y aburriéndome mortalmente, decidí que ese jet lag se estaba pasando de rosca.
Aún no sé si es que la emoción sigue en el cuerpo, latente pero activa, o si es que el aire de Japón me hace ser más aplicada (Erai, me dicen ellos), pero no me disgusta eso de madrugar. Es más, como por aquí ya hace algo de luz, y aún no calienta el sol, me siento con ganas de hacer cosas. Al principio me dedicaba a escribir, estudiar un poco, rondar la casa, intentar meterme en la cocina para ayudar en el desayuno (de donde siempre me echaban)... Ya antes de entrar en la universidad nunca me levantaba con más de media hora de antelación para llegar a clase, y siempre terminaba corriendo, peinándome en las escaleras y con un triste jugo en la mochila para tomar en cuanto hubiera un semáforo en rojo, pero ahora me encuentro con entre tres y seis horas de inactividad, dependiendo de con qué amiga me estoy quedando y cual es su hora habitual de despertar, y seis horas son muchas horas. He descubierto que una puede tener tiempo hasta para conjuntar la ropa. Se acabó eso de tomar la primera camisa y el primer pantalón de la maleta, y luego darse cuenta de que esos baqueros rockeros no quedan nada bien con esos encajes del cuello.
En Osaka, Siete Osakiense cuando trabajaba por la tarde tendía a despertar a las once de la mañana. Cuando trabajaba por la mañana dormía en el trabajo, porque creo que empezaba a las seis. En Aichi, con María Aichiense, cuando iba a la universidad se podía levantar a las siete, pero cuando iba a trabajar se despertaba sobre las seis y media. Y ahora que estoy en Tokyo, me he encontrado con que aquí, en un pequeño pisito de estudiante, supuestamente individual pero donde andamos tres durmiendo entre futones y desmadres, sin horarios ni deberes del hogar impuestos, fácilmente podemos despertar a las cinco y hacer vida plácidamente. Eso sí, sin molestar a la que quiera dormir un poco más.
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Río Asakawa (lo cual es una redundancia como una casa) |
Sigo despertándome a las cuatro, pero tras mirar el reloj doy una vuelta, o dos, y cierro los ojos de nuevo hasta que suena el despertador de Moe Tokiense. Es el indicador de que ya son las cinco y media, y ella se va a levantar y vestir con un pantalón cómodo y una camisa suelta para ir a dar un paseo por el barrio. No es una obligación, ni un deporte. Simplemente es un paseo mañanero para alegrar el día, despertarse bien y abrir el apetito.
Yo también la acompaño, así puedo usar los tenis y saludo a los mosquitos del lugar, que ya han descubierto lo sabrosa que es la sangre extranjera.
Cerca de la urbanización, además del supermercado, los combini y las guarderías, hay un río no muy grande ni muy bonito, pero a esas horas se puede ver a todo tipo de personas corriendo o paseando. Normalmente son mayores. Alguno a paso vivo, otros con una resistencia física que da envidia a sus muchas décadas. También me han dicho que hay una residencia masculina para estudiantes un poco más al Este. Creo que son los del área de deportes. No sé donde está, pero todas las mañanas veo a los chicos correr en varios pelotones, de un puente a otro del río, y alejándose de la rivera para hacer más kilómetros. Se los ve casi tan serios como los abuelos deportistas con bandana a la frente y buen ritmo.
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Frutas protegidas |
El paseo nos puede tomar una hora, yendo de un puente al siguiente y luego regresando. No sé si es mucho paseo o mucha tranquilidad la nuestra, pero como tampoco tenemos prisa, podemos disfrutar de la mañana. A nuestra derecha siempre tenemos campos de cultivo y huertas intercaladas con casas unifamiliares. Cuando los frutos no están protegidos por bolsas, para que no se dañen si caen al suelo, podemos ver los jugosos tomates o las uvas grandes y moradas, y entonces ya sí que tenemos hambre.
Luego, a la vuelta, siempre nos pica el cuerpo, ya sea por los mosquitos, los roces con las plantas del río, o el ejercicio. Además, aunque no haga el calor de las doce del medio día, tampoco es que haga fresco. Algo de brisa nos llega, pero no más. Así que solemos lanzar la ropa al cesto de la colada y mientras una se ducha, la otra pone la lavadora o va preparando el desayuno.
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Una que perdió contra el sueño a la vuelta |
La mayoría de las veces el desayuno suele ser un buen cuenco de arroz, sopa de miso, natto, umeboshi, y algún plato cocinado, como verduras a la parrilla o revuelto. Pero en lo que se hace el arroz, que son cosa así de diez minutos, y como el resto de los platos no requieren mucho labor, alguna termina echando una cabezadita, y puede que termine dormida.
Conste que tengo permiso de la afectada para difundir su foto en la red, pero como me dio pena mostrar su cara somnolienta en todo su esplendor, la censuré un poco. Aunque no demasiado. Vamos, la expresión es más o menos la misma, puede que un poco menos amarilla, pero para el caso... Eso sí, se quedó dormida, pero con la deliciosa televisión encendida.
Y es que en Japón parece que emiten programas de comida en horario de comidas, porque siempre coincide que estamos sentadas a la mesa al mismo tiempo que un par de tertulianos, cómicos o famosos están probando un plato extraño, jugando a adivinar los precios de los manjares de un restaurante de lujo mientras lo prueban, o intentan ser el que mejor cocine para una invitada del programa.
Luego, ya duchadas, desayunadas, preparadas y, sobre todo, despiertas, nos ponemos en marcha para comenzar un nuevo día. Como esta semana Moe Tokiense sólo trabajaba el fin de semana y en la universidad no tenía que ir más que dos veces para hacer papeleos, ha estado muy dispuesta a ir a cualquier parte donde yo quisiera. Para no aventurarme demasiado los primeros días, cogí un mapa de los trenes de Tokyo y elegí los tres destinos famosos cuyas estaciones estaban más cerca: Shinjuku, Harajuku y Shibuya. Los otros días los dediqué a la escuela y otros asuntos importantes, como conocer bien esta zona, no me fuera a perder.
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El tren "rápido" tarda una hora en llegar a Shinjuku |
Aún así, por muy cerca que estén, si coges el tren rápido puedes tardar una hora sólo de aquí a Shinjuku, por eso siempre es mejor coincidir con el super rápido (que no es el más rápido) si no te importa pasar treinta y cinco minutos de pie, porque usualmente o están todos los asientos ocupados, o está todo el vagón ocupado, pero pocas veces lo encontrarás con poca gente. Yo he llegado a estar casi empotrada contra la puerta y saludando con la mejilla el paisaje, bruñiendo el cristal, vamos.
Harajuku está un poco más lejos que Shinjuku, pero tampoco tanto. Es un barrio (Moe Tokiense lo llama ciudad) especialmente famoso por ser centro de compras y de la moda. Yo no lo sabía, o al menos no lo recordaba. Creo que alguna vez lo supe, porque tenía en mente ir sólo a buscar recuerdos para los amigos, y nada más bajar en la estación, que me pareció pequeña en comparación con la de Shinjuku o Shibuya, me preguntaron qué quería ver, y ni corta ni perezosa respondí que quería buscar algún lugar donde pudiese comprar algo de One Piece, que le encanta a mi (ahora antiguo) compañero de piso.
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Chicos en yukata sobre un paso alto |
Vamos, entre mi mal japonés y que el manga One Piece se llama exactamente igual que los vestidos (wanpiisu), entendieron que quería un traje de verano ¡Y para la primera tienda! Seguimos dando vueltas de tienda en tienda hasta que les dije que quería "juguetes", y al final, explicando que tenía amigos "otaku" (En japonés Otaku es obseso del manga, en español es aficionado al manga) y que para uno de ellos quería algo de la serie One Piece, me recordaron que el lugar idóneo era Akihabara, pero que podíamos buscar por ahí si había algo.
Por supuesto, no lo hubo.
Sin embargo, Mao Hermaniense, que se conocía esa zona como la palma de su mano, después de ver mi cara de susto ante el precio de la ropa (una camisa, 7000 yenes / 63 euros, y en rebajas) se metió por donde hay que meterse y me llevó a una popular cadena de tiendas de ropa y otros artículos donde todo estaba a 390 yenes. Sí, como lo leen. Un traje, una camisa, un pantalón, de cualquier tipo, de cualquier tela, de cualquier calidad, por tan sólo tres euros cincuenta. Para saltar de la alegría.
Vi un par de prendas que le hubieran interesado a mi hermana, pero pensé que sería rastrero ir a japón y sólo llevarle camisas baratas con diseños que no resaltan mucho de los que se venden en España. Luego, al salir, me arrepentí de no habérselo comprado, porque aunque no ponga en grande Made in Japan, un regalo es un regalo. Ya le compraré el llavero del onigiri típico para complementar y quedo como una hermanaza.
Eso sí, yo salí con una caja de bento muy mona. Ya tengo otras en Salamanca, pero como no me había traído ninguna aquí y mi clase en la academia de japonés terminan justo a la hora del almuerzo, prefiero ahorrarme la hora de hambre en el tren y comer algo traído de casa en algún parque cercano.
Además, por qué no decirlo, ¿Donde voy a encontrar una caja de bento por tan sólo tres euros? Las otras que tengo rondaron los veinte y no son tan graciosas.
En la calle había muchísima gente yendo de un lado a otro, pero para ampliar el caos, a las puertas de las tiendas había algún que otro empleado gritando las ofertas de la casa. Los peores momentos era cuando una tienda hacía "la hora especial", que era un momento en el que habían productos disponibles a precios ridículos. Las chicas chillaban con voz aguda en la calle, las clientas se arremolinaban en la puerta, en torno a la caja y junto a los estantes especiales, y no había forma de moverte ni dentro ni fuera, ni lejos ni cerca.
Pero fue muy divertido.
También, Mao Hermaniense, que se las sabe todas, le dio por subir unas escaleras de pronto. No había ningún anuncio junto a ellas, pero tampoco me habría llamado la atención de haberlo, pues toda la calle está llena de música, personas, letreros, y anuncios, muchos anuncios. Así que cuando empezamos a subir, yo no tenía ni idea si íbamos a entrar por tercera vez en un todo a 390 yenes, o era otra cosa.
Resultó ser otra cosa.
Era una tienda especializada en ropa lolita. Las lolitas son unas chicas que visten con trajes inspirados en las niñas de 1800, con mucho vuelo, un poco más arriba de las rodillas, encajes, lazos, y estampados monos. Realmente hay muchas variaciones, e igual que están las lolitas inocentes, las hay góticas, o clásicas, por lo que el largo de la falda, los complementos, colores y estampados pueden variar mucho. Pero en la tienda en la que entramos destacaban los tonos pastel.
Ni Moe Tokiense ni Mao Hermaniense son de ninguna tribu urbana. Es más, si tuviera que definir sus estilos diría que Moe es más bien sobria y seria, siempre cubriéndose mucho, usando blancos y negros, faldas hasta las rodillas, medias negras, cuellos cerrados, y sin apenas paquillaje. Mao, aunque se riza el pelo y lo tiene teñido de castaño caoba, prefiere la comodidad a la hora de vestir, y suele usar trajes largos y de una sola pieza (one piece), sin complementos ni tener que andar preguntándose qué camisa combina con estos calcetines de tobillo alto y encaje de punto.
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Moe Tokiense en la tienda Dulce Lolita |
Así que de entrada me sorprendió que me llevaran a ese lugar sin yo mencionar nada, y de segundas me sorprendió aún más verlas de un lado a otro por la tienda, observando cada uno de los modelitos y lanzando "Kawaii!" a diestro y siniestro, como si hubieran entrado en el paraíso y no se lo pudieran creer. Cuando entró una niña de no más de doce años, vestida toda de negro, con medias que parecían robadas de alguna toma de Beetlejuice, y estilo totalmente lolita pero para nada inocente (más bien daba miedo), tanto Moe como Mao se giraron para mirarla con los ojos abiertos como platos y luego, al unisono, ¡Kawaiiiiiiiiiii!
El colmo de la sorpresa llegó cuando justo detrás de la niña entró su madre, con ropa sencilla y hasta anodina en comparación con su pequeño y oscuro retoño. Ambas curiosearon la tienda, y parecía que la madre estaba muy interesada en comprar un lazo de raso rosa, o un adorno colorido, pero no había forma de que la niña se dejara convencer. Aunque creo que los guantes blancos de medio brazo le gustaron, y unos bolsos que parecían cestas de picnic.
En Japón existe una palabra para referirse a las personas con buen gusto. Oshare. No se trata sólo de ser moderno o estar a la moda, sino de saber vestir de una forma que quede bien con uno mismo, o decorar un lugar correctamente. Por ejemplo, esa niña era Oshare para mis amigas, pero después una mujer elegantemente vestida también fue señalada como Oshare. Lo mismo pasó con mi hermana cuando Mari Aichiense nos visitó en Canarias. Mi hermana viste de una forma muy desenfadada pero particular. Mari dijo que tanto su forma de vestir como de decorar la casa era Oshare. Sin importar que mi amiga nipona prefiriera los colores pasteles, la ropa mona o la decoración clásica, supo admitir el buen gusto de otra persona que no tenía el mismo criterio.
Eso es algo que me encanta de la gente que estoy conociendo. Creo que yo misma tiendo a juzgar mal a las personas que llevan más maquillaje del que a mi me gusta llevar, visten más infantil o más adulto, usan más tacón o menos tacón, o, en definitiva, no tienen mis mismos gustos. Pero aquí, esa niña de doce años con sus anillos sin adornos y sus zapatos de charol, eligiendo ella misma su propia ropa y sabiendo qué es lo que realmente le queda, es oshare para casi todo el mundo (Siempre hay excepciones).
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Mao Hermaniense junto a un modelo rosa pastel |
Como tengo
una amiga a la que esas cosas le gustan, se me ocurrió que ya que no podía comprar lo de One Piece, podía comprar cualquier otra cosa para otras personas, y que estando en Japón no sería tan caro como mandándolo a pedir desde España. Pero o bien estas cosas cuestan un ojo de la cara para las lolitas españolas, o bien esa tienda era lo más de lo más, porque mirando un traje cualquiera pude ver una etiqueta que lucía un escalofriante 20700 justo delante del signo del yen. Lo cual si estuviera delante del signo del euro sería cosa así de 187. Con sólo pensarlo me sentí mareada.
Pero que no se diga, que no se diga, que yo de ahí salí con una bolsa, ya fuera solamente para pedir perdón a la dependienta que nos tuvo que llamar la atención por tomar fotos dentro de la tienda. Aunque también tenía curiosidad por ver cómo envolvía los regalos y calculaba con esas uñas que debían medir más de cinco centímetros. Y aunque movía los dedos de forma extraña para tomar los objetos pequeñitos que había seleccionado, no por ello fue menos eficiente, ni se equivocó una sola vez al pulsar las teclas del ordenador.
En lo que se refiere a los regalos que
le compré, cogí dos anillos y dos collares que se vendían por separado pero hacían juego. Unos eran con motivos de un amoroso osito, y pensé que era más estilo "cute", mientras que los otros eran de la temática Alícia en el país de las Maravillas y con aires clásicos. A mi me gustaron, pero como no soy compradora habitual de estas cosas puede que no fueran las mejores elecciones. También habían muchísimos lazos, joyas, pelucas, ropa interior, bolsos y otros complementos, como adornos para el móvil y un largo etc..
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Anillo Kawaii Kuma |
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Collar largo Kawaii Kuma |
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Anillo Aliisu |
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Collar llave del país de las maravillas (Aliisu) |
Después de ver tantas tiendas, salimos de la pequeña y estrecha calle donde habíamos pasado ya un par de horas, y fuimos directas a hacer el
sanji no oyatsu (3時のおやつ), que literalmente es la merienda de las tres, porque se come a las doce y se cena a las seis.
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Creppes en Harajuku |
Cerca había un puesto con creppes para llevar de todos los tipos y sabores, pero los más populares eran los dulces, con queso, nata, frutas, chocolate...
Moe se pidió uno de queso y frutas del bosque, mientras que Mao cogió otro de nata y creo que chocolate. Yo no me pedí nada porque aún andaba digiriendo el almuerzo y sospechaba que la cena sería del mismo calibre que los últimos días, que no se queda corta.
Aquí se puede ver el escaparate con algunos de los productos a la venta. No sólo se veía delicioso, también olía delicioso. La próxima vez que vaya me pediré uno.
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Ummmmm |
Luego, como no había banco cerca, nos apoyamos contra una de las vallas de la acera y ahí comieron. Yo, al darme cuenta de que detrás tenía un edificio que lucía bien orgulloso el nombre de Harajuku, quise foto conmemorativa, pero no se ve bien.
No es el "Hanjuco" grande que hay sobre nuestras cabezas, sino más a la derecha, debajo del Y.M. SQUARE. Quizás haya que pinchar sobre la foto para ver mejor.
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Un descansito |
Y por último, una foto de una cena cualquiera. En este caso es un plato que me pedí cuando fui a Shinjuku en un restaurante que en japonés se escribe Gasto, pero al pasarlo al alfabeto occidental lo trascriben como gusto, no sé por qué. El caso es que no es mucho gasto, pero sí que un gran gusto comer en ese lugar. Por un precio económico puedes quedarte saciada todo el día. Me viene bien para cuando necesite de un desayuno fuerte.
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Cena de 720 yenes (6,51€) |
Luego otra hora de tren para regresar a casa. Un paseo de quince minutos de la estación a nuestro pequeño pisito. Recogemos la colada. Escribimos en nuestros portátiles. Hacemos planes para el día siguiente. Vemos la televisión. Extendemos el futón. La que quiere la segunda ducha del día, puede. Y dormimos.
Algunas noches con calor y agobio; otras con calor y lluvia; las peores con calor, lluvia y truenos que suenan como patadas de gigantes en nuestro tejado.
Y estos son mis días tokiotas.